Que el Museo Fallero actual es un espacio altamente insuficiente para albergar de una forma mínimamente aproximada lo que supone la fiesta es algo asumido desde hace tiempo. Pero de vez en cuando suceden acontecimientos que aún le sacan más las vergüenzas. Hasta nueva orden, los visitantes al espacio de Monteolivete no podrán contemplar la época contemporánea de la muestra de «ninots indultats». El motivo es que la sala que alberga el periodo entre 2008 y 2018 no dispone de espacio suficiente como para garantizar el flujo de entrada y salida de visitantes. La consecuencia es que el visitante no podrá ver la práctica totalidad de las aportaciones más recientes al museo, incluyendo, por ejemplo, muchos trabajos realizados por el taller de Manuel Algarra, el gran dominador de la última época.

El aplazamiento es «hasta nueva orden», que puede prolongarse durante meses, habida cuenta que las circunstancias y restricciones generadas por la epidemia de coronavirus no remiten.

Que el Museo Fallero no disponga de una línea de entrada y salida en una de sus salas principales es la consecuencia natural de encontrarse en un espacio completamente saturado, incapaz de albergar ya más elementos, y que genera que el «Museo Fallero» no pueda ofrecer más que una parte muy sesgada de la fiesta.

Desde su inicio, el Museo Fallero no ha servido más que para ir albergando las figuras indultadas por votación popular y algunos elementos dispersos. En los últimos años se ha llevado a cabo una labor de recuperación, pero la escasez de espacio provoca que, en la actualidad, la fiesta proclamada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad no sea más que una acumulación de unos elementos restringidos: ninots, retratos de falleras mayores de València, carteles y alusiones históricas, aparte de las exposiciones temporales que, desde que Gil Manuel Hernández se hizo cargo del museo, vienen celebrándose.

A pesar de haber obtenido de la Generalitat Valenciana la catalogación museística (cosa que, asombrosamente, no disponía), el debate existe desde hace años y es una decisión de alto calado municipal pendiente. En la actualidad, el museo comparte espacio con la Junta Central Fallera en el antiguo convento de San Vicente de Paul tras una reforma integral llevada a cabo entre 1995 y 1996 que permitió el traslado de las oficinas del máximo organismo de la fiesta, por entonces hacinadas en una «llotgeta» de la Plaza del Mercado.

Un cuarto de siglo después, la realidad es que el hacinado es el Museo Fallero, al que apenas le queda espacio para albergar con un mínimo de decencia ninots y retratos para un par de años.

Alguien se tiene que ir

La cuestión es o trasladar el museo de la fiesta a otro lugar céntrico, o hacer un nuevo edificio para la JCF en algún lugar de fácil accesibilidad. Se había barajado especialmente esta última idea, pensando en los solares de la Ciudad del Artista Fallero. De tal manera que el edificio de Monteolivete podría albergar, aprovechando además su disposición, un museo verdaderamente en consonancia, con salas temáticas dedicadas a artistas falleros, pirotecnia, indumentaria, música, comisiones, etcétera.

A pesar de su precariedad de contenidos y de sus enormes problemas logísticos, el Museo Fallero es uno de los espacios municipales más visitados de la ciudad y con la particularidad de que la mitad de sus visitantes son extranjeros (no en vano, está en la ruta de la Ciudad de las Artes y las Ciencias). La pandemia ha desbaratado todos los recuentos históricos, que ya habían permitido superar la cifra de 120.000 personas.

Por contra, su realidad actual es que el museo está mutilado por no falta de una puerta de entrada y otra de salida.