No tiene nada que ocultar pero tampoco quiere que nadie le reconozca. Una vez se expuso públicamente y las críticas de personas desconocidas que le reconcieron por la calle le hicieron mella. Que si para ser pobre «viste bien», que si es un «aprovechado» del sistema, que si hay ayuda a los extranjeros pero no para los nacionales, que si vete a tu país... Nadie le preguntó nada. Nadie quiso saber su realidad. Por eso, en esta ocasión, prefiere «ahorrarse» críticas injustas y gratuitas. Le llamaremos V.

V tiene 41 años y se acaba de «emancipar». Pero no de casa de sus padres, en Guinea-Bisáu, lugar que abandonó siendo un joven aún en crecimiento. V se ha emancipado del albergue de Casa Caridad para ocupar la «vivienda piloto» del proyecto Fénix, un piso supervisado de València que la entidad puso en marcha hace un par de años y por el que ya han pasado 14 personas. Una oportunidad para resurgir de las cenizas, como el ave mitológica.

Habla despacio y cuenta su historia sin entender el interés que puede suscitar. Salió de su país en 2006, huyendo de las matanzas de los rebeldes de Senegal, que acabaron con parte de su familia. Se fue cuando se le acabaron las opciones y llegó a España tras una travesía en patera que enturbia su mirada solo de recordarlo. «Ocho días en el mar, cuatro de ellos a la deriva sin gasolina, ni agua ni comida. Bebíamos agua del mar y cuando solo quería morirme, llegó un yate privado, nos dio agua y llamó a Cruz Roja, que vino a rescatarnos», explica. Y así inició una vidas como migrante en España donde ya lleva 14 años.

Hasta 2016, V pasó en una atención asistencial por Canarias y Madrid e hizo lo que hace cualquier migrante joven que quiere trabajar: buscar empleo de temporero. Solo ahí encuentran trabajo. Llenar un capazo de naranjas se paga a 50 céntimos. Así, durante 5 años, V. sobrevivió en Almería cobrando unos 175 euros al mes. En 2016, V viajó a València por obligación. Debía renovar su «tarjeta roja», el documento que expide el Gobierno a quien solicita asilo político mientras su expediente está pendiente de resolución. No pudo renovar el documento. Cruzó la calle por un paso de peatones y un coche lo atropelló. «El conductor dijo que no me vio... que como soy negro... pues eso, que no me vio», explica.

El joven estuvo en coma varias semanas. De hecho, aún no tiene el alta médica y sigue con tornillos y clavos por las piernas que se notan a simple vista. Cuando despertó del coma no sabía dónde estaba, se alimentaba por una sonda a través de la garganta y no podía andar. Estuvo cinco meses ingresado en el hospital pero cuando salió de allí... llegó la nada. Un «sintecho» más, una persona sin hogar vagando por las calles de la ciudad, como tantas otras.

Tras vivir en la calle «cosa que no le deseo a nadie», V pasó por el Centro Municipal de Atención a personas sin techo (CAST) y allí le derivaron a una plaza en uno de los albergues de Casa Caridad. Esa fue su tabla de salvación. No tiene palabras suficientes para agradecer la oportunidad que le dio la entidad.

Ahora, V ocupa el piso piloto del proyecto Fénix, mientras espera que le retiren los tornillos y le den el alta médica para poder trabajar. «Aquí vivo tranquilo. Hacemos turnos para las tareas y voy a clase de castellano. Sin un techo no eres nada, no eres nadie, no tienes opciones de vida. Mientras pude trabajar sobrevivía por mis propios medios pero cuando me atropellaron...», explica. Asegura «sentirse diferente» tras el accidente y sigue teniendo en mente el mismo sueño que tenía cuando salió de su país de origen hace ya 14 años: enamorarse, formar una familia, trabajar y vivir tranquilo. Y a sus 41 años le da la sensación de que ya «llega tarde».

El proyecto Fénix le proporciona a V una vida independiente. «La dificultad de encontrar empleo estable, la escasez de vivienda social, la dificultad de acceso al mercado inmobiliario o la propia situación de las personas en riesgo de exclusión hacen necesario este tipo de viviendas. Casa Caridad realiza un seguimiento continuo para que los usuarios vayan asumiendo todas las tareas propias de un hogar con autonomía y responsabilidad», explica el presidente de la entidad, Luis Miralles.