La barraca, uno de los iconos de l’Horta de València, está en peligro de extinción. Sólo quedan en pie alrededor de 69 de estas edificaciones de las 2.500 que llegaron a registrarse en 1929. «Y que cumplan la definición estricta de barraca sólo deben quedar dos», asegura Enric Guinot, catedrático de historia medieval y codirector de la Càtedra l’Horta de Valencià: Territori Metropolità de la Universitat de València. El presente y el futuro de las barracas de l’Horta se analizó en una jornada online organizada por la cátedra el pasado jueves.

El presente de las barracas es incierto y el futuro nada halagüeño. Ni siquiera se sabe a ciencia cierta cuántas quedan en pie. Existen varios inventarios (el del Plan General de València, el del plan de acción territorial (PAT) de l’Horta, el catálogo del profesor Juan Antonio García Esparza) pero ninguno coincide en el cómputo de cuántas siguen en pie. Y de las que quedan «hay de muchas clases: las neobarracas que construyó el Ayuntamiento de Alboraia en 1999 que, posiblemente, cumplen más los criterios de lo que es una barraca que las otras 69 históricas; las barracas de Burguet, cerca del parque de la Rambleta, restauradas con dudoso rigor; las de Ximo Llop, en Castellar, completamente asoladas ya; o devoradas por las nuevas casas adyacentes, como la barraca de ‘la Borrega’ de Pinedo».

También hay barracas chalet como la del General en la Punta, emparejadas, urbanas... «Sólo queda una que reúna todas las características del siglo XIX y es la barraca dels Arandes en El Palmar», según Guinot. Según el catedrático de historia «la inmensa mayoría ya no están habitadas. Sólo algunas temporalmente en el verano, pero casi todas permanecen cerradas. Es un patrimonio muy débil y en grave peligro».

Sólo 69 barracas siguen en pie en l’Horta de las 2.500 registradas en 1929

Aunque además de las visibles, también existen las que «están ocultas, las que no se ven porque han sido modificadas y convertidas en casas normales, con una tipología diferente en cuanto a forjados, recubrimientos y hasta los usos de los espacios internos de la barraca», como recordó Paloma Berrocal, del Gabinete de Arqueología Algarra y Berrocal. Un ejemplo es la Casa Figuerols del Pouet de Campanar, al lado del Bioparc, «junto a la alquería del Rey que se está cayendo, por la que luchamos los vecinos de Campanar y que esperamos poder recuperar en parte. Y podría haber otro caso [de barraca encubierta] en San Marcelino», alerta la arqueóloga. Berrocal ha realizado junto a varios arquitectos experimentos «para rehabilitar las barracas con materiales constructivos propios. A la mayoría se les ha adosado hasta tres y cuatro capas de mortero de cemento Portland que es lo peor que se puede hacer con cualquier muro antiguo, porque no le deja respirar, condensa la humedad, lo revienta y cuando abres se cae a cachos», alertó Algarra.

Las barracas tienen una protección genérica desde 1998 con la ley de patrimonio cultural valenciano que se ha ido afinando desde entonces, como recordó Luis Pablo Martínez, inspector de la dirección territorial de Alicante de la Conselleria de Cultura. «Pero de nada vale la normativa si no hay una población y poderes públicos que gestionen y apoyen esa protección». El diputado de Cultura de la Diputación de València, Xavier Rius, alertó que al ser la mayoría privadas «actuar es más difícil» aunque abogó por «encontrar complicidades con las universidades, ayuntamientos y movimientos sociales». Una opción de supervivencia podría ser la solución «Pazo de Meirás», que apuntó Marc Ferri de Per l’Horta: «La administración podría aportar ayudas para mantener la integridad de los edificios y, a cambio, los propietarios abrirlas unos días al año para visitarlas».