«Sabemos que sois unos mandados, pero si nos obligáis a pintar las terrazas, que sepáis que nos estáis llevando a la ruina». «Nosotros cumplimos órdenes». «Este era un barrio lleno de delincuencia. En el que la gente no se atrevía a bajar. Ahora, gracias a nosotros, da gusto venir. Pero vais a provocar que cerremos todos». Y así, en medio de una sentada no agresiva, porque los dos funcionarios municipales que acudieron se limitan a cumplir órdenes, los hosteleros de Russafa exteriorizaron su protesta por la aplicación de la normativa de 2014, que obliga a bares, cafeterías y restaurantes a poner una cantidad de mesas en la terraza en función al espacio que tiene en su interior. Y que en determinados lugares, como éste, supone un importante recorte del espacio de mesas y sillas.

Se quejan los dueños de estos establecimientos (ayer, once en las calles Vivons, Cura Femenía y Barón de Cortes), además, que la aplicación de estas medidas se haga en medio de las restricciones generadas por la pandemia; es decir, en un contexto en el que, como recriminaba una de las dueñas de una de las terrazas, «estamos en periodo de supervivencia, de evitar el cierre y de no tener que despedir a más gente».

Los responsables municipales, que acudieron al igual que habían hecho semanas atrás en la Plaza de la Virgen, advirtieron a los propietarios o arrendados de lo que suponía negarse a pintar los nuevos límites: «si no pintáis, se incoará un expediente, habrá un periodo de alegaciones y, si durante ese tiempo no se lleva a cabo el pintado, se perderá el derecho a tener terraza». A la vez, les recordaban a los manifestantes que pintar el espacio no significaba aplicar ya la reducción, puesto que la ordenanza está recurrida y, de momento, se puede seguir con las mesas actuales. Es lo que ha sucedido en la Plaza de la Virgen, donde las terrazas continúan como si nada pasara.

Bajo el lema «el virus mata y el ayuntamiento remata», varias docenas de responsables de estos negocios acudieron a la calle Cura Femenía, una de las más pobladas de sillas y mesas. Donde el diálogo continuaba. «Si se aplica es también porque se recibían quejas por molestias de ruido». «Los que se quejaban ya no están: los echaron porque no pagaban el alquiler». Pero, tras hacer todo el ruido que pudieron, pintaron. «Antes tenía doce mesas. Ahora se me queda en tres. Cerraré pronto», decía la primera de las afectadas, mientras se embadurnaba la frente con pintura verde. «Soy cocinera, no pintora».

¿Y qué dice el ayuntamiento? Pues que es del mal el menos. La concejala de Dominio Público, Lucía Beamud, aseguró, al comprobar el ruido mediático generado, que el nuevo acotado es «una medida necesaria, más aun teniendo en cuenta la advertencia hecha por el TSJ el pasado mes de julio que recomendaba al consistorio declarar el barrio de Russafa como Zona Acústicamente Saturada (ZAS), atendiendo a las diferentes indicaciones del Síndic de Greuges». «Como siempre hemos hecho desde la concejalía, planteamos combinar el derecho a la actividad económica con el derecho al descanso y poder caminar por las aceras». Los hosteleros aseguran que estas medidas son «una pandemia permanente»