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San Agustín, la primera iglesia que se apunta a la energía solar

Respeta el medio ambiente, ahorra la mitad de la factura de la luz y vende la sobrante a la red, un plan muy en la línea de las directrices del papa Francisco para cuidar la naturaleza

San Agustín, la primera iglesia que se apunta a la energía solar

El histórico templo de san Agustín –Bien de Interés Cultural- es el primero de los de València que ilumina su esplendorosa fachada con luz eléctrica producida por la energía solar de las placas instaladas en sus tejados, que abastece toda su instalación y las de las estancias parroquiales, generando un importante beneficio económico, pues ha pasado de pagar 600 euros mensuales a sólo 300. Además, cuando no la necesita, un conversor la vuelca a la red general, que le compra la sobrante.

Instalación de placas solares en la cubierta del edificio.

La idea de montar una instalación para autoabastecerse ha sido de su actual párroco, Javier Llopis, quien ha dado un vuelco importante a la vida parroquial en un templo que sólo venía siendo utilizado para celebraciones de bodas, dada su belleza y prestancia. El sacerdote ahorra de esta manera un importante gasto a la comunidad parroquial, mantiene bien iluminado el templo y, sobre todo, está muy en consonancia con la Teología Ecologista del Papa Francisco sobre el cuidado de la Creación, de la Naturaleza, que Dios confió al hombre y que éste la está degradando.

Las placas solares están instaladas no sobre el monumento, sino en las terrazas de la casa residencia de los sacerdotes, justo donde antes había un gallinero. La planta fotovoltáica de 6,55 KWp está conectada a la red para autoconsumo con compensación. La instalación consta de 17 módulos fotovoltaicos Amerisolar y un conversor. Los módulos van montados sobre estructuras capaces de aguantar las cargas, tanto de los módulos como otras derivadas de agentes atmosféricos. Las estructuras tienen orientación e inclinación fija.

A punto de ser derribado

El templo es la sede de la Parroquia de Santa Catalina Mártir y San Agustín, que es como canónicamente se le intitula. Sus precedentes históricos se remontan a tiempos de la reconquista de la ciudad por Jaime I. Unos religiosos agustinos acompañaban al monarca en su campaña y al llegar a València se instalaron en una casa de campo de las inmediaciones de La Roqueta. Luego fueron recibiendo terrenos, donaciones y privilegios y levantaron otros conventos y capillas en la zona, que fueron mejorándose y ampliándose.

La actual iglesia, datada en el siglo XIV, fue la del convento que se alzaba en lo que hoy son los jardincitos colindantes. De ella se dice que es la más grande de las parroquiales de la capital. Su estilo es gótico y estuvo revestido el interior de barroco cuando llegó la moda de maquillar neoclásicos todos los templos y ponerlos a la moda del momento.

Durante la Guerra de la Independencia, los franceses saquearon y profanaron el templo, desvalijándolo de todo lo que tenía de valor. En 1835, el Estado expropió el convento a los religiosos y los desalojó. La vecindad reclamó que se les dejase la iglesia como templo del barrio. El convento sirvió de prisión hasta 1893 y fue derribado en 1904.

El templo sufrió gravísimas agresiones durante la última Guerra Civil, de forma que se pensó en derribarlo. Los dos curas que en la postguerra regentaban el templo se opusieron enérgicamente y ellos mismos ayudaron personalmente en su reconstrucción buscando entre escombros piedras que pudieran apuntalarlo. Dirigió las obras el célebre arquitecto Javier Goerlich. El campanario del convento que desapareció con la demolición fue obra de Pérez Castiel, Luís Ferrer en 1912 diseñó otro, el cual fue envuelto por el que hizo Goerlich después de la guerra del 36. La reforma fue aprovechada para quitarle el revestimiento neoclásico o barroco del templo, al igual que ocurrió con la catedral.

Se salvó de todas las guerras y avatares sufridos por el templo un icono del siglo XIII de la Virgen vestida a la manera oriental con el Niño en brazo izquierdo, conocida como Nuestra Señora de Gracia. Una piadosa tradición refiere que fue donación de un peregrino que les dijo «Os la doy de Gracia».

Por cierto, imagen y advocación que fue en determinado momento histórico nombrada una de las patronas de la ciudad de València.

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