El cardenal Antonio Cañizares es fiel a sus ideas y no duda en sacarlas a colación en sus homilías, vengan o no vengan muy a cuento. Ayer venía a cuento porque era del día anterior, pero no venía a cuento cuando se estaba celebrando la vida y obra del patrón de la ciudad. Pero, entre vez y vez coló una de sus líneas editoriales habituales: el antiabortismo. Porque recordó que ayer mismo el Papa Francisco había nombrado «venerable» al pediatra francés Jérôme Lejeune, descubridor de la trisomía del gen 21, origen del Síndrome de Down. Y sacó a colación las excepciones. «Él investigó con el objetivo de curar. Sin embargo, en lugar de caminos de curación, el mundo prefirió la muerte, prefirió el aborto de aquellos con este síndrome.

Lo que hizo ayer el Papa al declararlo venerable fue poner delante de nuestros ojos el camino a seguir, que es el de la vida, el de la apuesta por el ser humano más indefenso e impulsar aquello que esté en manos del hombre para curar, no para eliminar». El año pasado, su alocución también estuvo dedicada al derecho a la vida, pero más centrado en la educación y la libertad de enseñanza.

Sí que recordó Cañizares que el martirio de Vicente de Huesca tuvo un antecedente en el del primero de los cristianos. «En el martirio se hace presente lo que dijo Cristo: ´Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César`. Por haber asignado unos límites al poder fue asesinado el Señor. El cristianismo no comenzó con un revolucionario, sino con un mártir. La humanidad debe más a estos que a los grandes revolucionarios».

Era el día de recordar a un diácono que, en tiempos de los romanos, llegó a València para sufrir mil tormentos antes de morir víctima de no pensar como los que mandaban y que, como buen aragonés, soportó estoicamente. Una figura que, a día de hoy, sigue generando confusión con Vicente Ferrer, quien llegaría mil años después. Ayer era el día para el recuerdo, legislaciones abortistas al margen, de un personaje histórico ante una ciudad que aún tiene mucha ruta vicentina por visibilizar. Y ayer, no ya indiferente, sino vacía, sin más alma que los repiques de campanas, que parecían escucharse aún más fuerte ante la falta de sonido ambiente. Si en la edición anterior del 22 de enero, incrustado en mitad de la nada de miércoles, la asistencia sin restricciones sanitarias fue pobre, ayer la ciudad estaba desapacible por el viento y semidesierta por el virus, con el comercio cerrado. Era día de salir a tomar algo, pero ni una silla ni una mesa había a la vista.

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San Vicente Mártir se queda en el interior de la Catedral Moisés Domínguez / Fotos: Fernando Bustamante y Alberto Sáiz - Avan

Procesión interior

Y por esa misma razón, la procesión que se le dedica por las calles del centro de la ciudad y que transita por alguno de los lugares a los que se atribuyen pasajes de su vida, se tuvo que quedar en el interior de la catedral. La imagen del patrón hizo la «procesión claustral». Es la fórmula que han adoptado las iglesias para no saldar las dedicatorias a una simple misa. En la primera que se movió, el Cristo de la Fe, la feligresía fue la que desfiló delante de su imagen. La Virgen de los Desamparados tuvo aquella comentadísima asomada a la puerta en su día grande. Y el santo patrón lo que hizo fue transitar por el interior de la catedral, mientras el público asistente permanecía en sus asientos. Los que pudieron entrar porque, al inicio del oficio, la cabida reglamentaria estaba cubierta y unos pocos fieles tuvieron que hacer cola a la espera de que alguien abandonara la Seo.

Las misas en ritos hispánico y mozárabe completaron los oficios en las iglesias de Santa Catalina, Cristo Rey y San Vicente Mártir. En una fiesta silenciada por causas de fuerza mayor. El calendario festivo continuará por esos derroteros. El siguiente son las Fallas. Que no se las espera aún.