Vaya por delante que la urgencia que hoy nos ocupa es combatir la pandemia, pero sí quería dedicar unas líneas algo más pausadas a Benimaclet, porque precisamente debido a la pandemia el diseño de nuestras ciudades ha cobrado más importancia que nunca. El concepto de ciudad de proximidad que llevan desarrollando ciudades como París o Barcelona se está imponiendo como una necesidad apremiante. Frente al modelo tradicional de ciudad dispersa con barrios dormitorios y núcleos de trabajo céntricos cuya ciudadanía debe recorrer largas distancias en sus trayectos diarios, los criterios de sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático han impuesto la necesidad de alcanzar ciudades más humanas, menos ruidosas y contaminadas. Es por ello que se están imponiendo planteamientos de ciudades de proximidad, donde los barrios ofrecen las seis funciones sociales urbanas esenciales: vivir, trabajar, aprovisionarnos, cuidarnos, aprender y descansar. Barrios que cuentan no solo con oferta residencial sino también laboral, educativa, cultural, comercial, sanitaria y de ocio. La ciudadanía lo tiene todo a un paso. No se les fuerza a abandonar el vehículo privado, simplemente se elimina la necesidad de utilizarlo.

Este es el modelo que quiero para mi ciudad y sus barrios, un modelo que hemos iniciado en Campanar, Natzaret, Malvarrosa o Torrefiel pero que queremos trasladar al resto de València. Y si hay un barrio que ofrece una magnífica oportunidad para ello es precisamente Benimaclet.

Un barrio que lleva esperando décadas a tener servicios y dotaciones públicas, porque tiene una parte de su territorio por desarrollar. Pocas imágenes tan gráficas de que el barrio se encuentra inacabado como el campo de tierra en el que juega el Sporting de Benimaclet, al lado de una finca tan emblemática como el Espai Verd. Solares perennes y paralizados durante mucho tiempo ahora tienen la oportunidad de ser vanguardia de este modelo en nuestra ciudad.

Por eso el ayuntamiento ha decidido inadmitir la actual propuesta de PAI. No compartíamos un modelo que perpetuaba el concepto de barrio dormitorio, que no propiciaba una mezcla de usos que permitiera generar un barrio de proximidad. Ahora se abre un nuevo escenario en el que la ciudad tiene la capacidad de decidir qué barrio quiere. No será una empresa la que marque el modelo, sino el propio ayuntamiento.

Pero decidir supone optar. Durante un año hemos trabajado propuestas y hemos escuchado opciones. El modelo que se planteó, de meros espacios residenciales en forma de grandes torres que generaban un muro cerrado con el resto del barrio, ya no existe y ahora vamos a sustituirlo por un barrio a 15 minutos, por un espacio urbano sostenible.

Y para ello tenemos claro lo que no queremos y también a lo que el barrio no está dispuesto a renunciar después de tanto tiempo esperando. Empezando por lo último, parece innegable que los vecinos y vecinas de Benimaclet merecen el gran parque que han reivindicado históricamente. Un parque de más de 80.000 metros que, como el nuevo Parque Central, se convierta en otro de los grandes pulmones verdes de la ciudad. Un lugar de encuentro de vecinos y vecinas de todas las edades y condiciones, de socialización, que congregue a la gran diversidad que reside en Benimaclet. Y a la vez que no renuncie a dotaciones educativas, cívicas o deportivas. Una escoleta infantil pública de 0 a 3 años, un nuevo colegio púbico, el ansiado polideportivo municipal, el campo de fútbol o la rehabilitación de las alquerías como nuevos centros de producción cultural de barrio son exigencias de sus vecinos y vecinas a las que debemos dar respuesta.

Del mismo modo que la ciudad no puede renunciar a tener una mejor conexión entre su límite urbano y la huerta, tenemos que resolver la integración paisajística y urbana con la Ronda Norte y recuperar caminos tradicionales que vinculaban a la histórica pedanía de Benimaclet con su huerta. Asimismo, debemos dar un protagonismo especial en este barrio a sus huertos urbanos. Una iniciativa que su asociación de vecinos lleva desarrollando desde el año 2012. Con ellos han conseguido recuperar una identidad propia del barrio, pero sobre todo se ha generado un espacio de convivencia. Por eso no solo se deben respetar sino que deben aumentar su espacio y posibilidades en el gran pulmón verde que conecte toda la zona central de Benimaclet con la huerta.

Además, hay otra premisa irrenunciable. Benimaclet debe seguir siendo un barrio diverso, lleno de vecinos de distinta condición y posibilidades. Un barrio que cuente con vivienda pública y accesible que garantice que los hijos e hijas de sus familias puedan quedarse. Por eso, del mismo modo que hemos renunciado al modelo de residenciales con piscina y recinto privado que se proponía, no lo queremos sustituir por un modelo de adosados a precio prohibitivo y que supongan la pérdida de cerca de 400 viviendas públicas. Benimaclet debe seguir siendo un barrio en toda su extensión, donde el nuevo Benimaclet no sea más que la extensión del viejo Benimaclet. Atrás quedó ese muro de la vergüenza del viejo trenet que dividía el barrio entre la parte rica y la parte pobre, y no podemos permitir que vuelva en forma de urbanización de unifamiliares privada y cerrada, porque no deja de ser un modelo elitista que excluye a la mayoría. Entiendo que pueda ser una propuesta atractiva para quien pueda pagarlo, pero una administración progresista debe pensar en espacios y también en viviendas accesibles, antes que en desarrollar viviendas de lujo para unos pocos. El problema de la vivienda en la ciudad no es que no existan viviendas de catálogo, sino que hay una parte importante de trabajadores, especialmente de personas jóvenes, que no pueden pagar el coste de un alquiler.

En definitiva, la idea de derecho a la ciudad no podemos construirla excluyendo a una parte. Todos los usos y necesidades deben ser cubiertos. No solo porque las nuevas directrices urbanas de ciudades de proximidad, más cercanas y sostenibles, nos lo exigen para hacerlas posibles. Sino porque también es lo más justo. Recuerdo a Antonio Pérez, que estuvo al frente de su asociación de vecinos durante más de una década, y describía lo que debía ser el nuevo Benimaclet de esta acertada forma: «hay que buscar una solución que no rompa el barrio para contar con una ciudad lenta, amable, verde, humana y justa».

Palabras que hago mías en esta nueva oportunidad que tiene Benimalcet de ser un barrio lento, en el que dejemos de lado el uso del vehículo privado; amable con su entorno natural más próximo que es la huerta; verde con un modelo de mezcla de usos que lo haga más sostenible; humano porque atienda a las necesidades más básicas de sus vecinos, pero sobre todo justo porque unos modelos o necesidades no se impongan a la totalidad del barrio rompiéndolo de forma abrupta. El derecho a la ciudad es la construcción por y para las personas que la viven y eso incluye vivirla de formas diversas. Benimaclet ha de ser para todas y todos.