Tribuna

Benimaclet, un debate necesario

BENIMACLET, UN DEBATE NECESARIO

BENIMACLET, UN DEBATE NECESARIO / Rosa Pardo i Marín

Rosa Pardo i Marín

Rosa Pardo i Marín

Hace unos días se publicaba en este periódico un artículo suscrito por un nutrido grupo de arquitectos, todos ellos hombres y docentes en la Escuela de Arquitectura, en el que se alertaba del debate equivocado que, a su juicio, se producía en Benimaclet.

Sin ánimo de contradecir las opiniones de profesionales que, en muchas ocasiones, cuentan con mi más sincera admiración, no quisiera desaprovechar el debate al que asistimos sobre unos suelos situados en Benimaclet para complementarlo y enriquecerlo con otras opiniones.

Vacantes es el adjetivo que se utiliza en la primera frase de su artículo y que utilizo como primer pretexto para mi reflexión. Vacante significa que está sin ocupar y ese es precisamente el defecto que, como si sufrieran un síndrome de abstinencia del ladrillo, parecen sufrir los millones de metros cuadrados de suelos urbanizables sin programar en nuestro territorio. Suelos que son rurales en su condición física pero cuya situación jurídica contempla su futura transformación para convertirlos en suelos urbanizados. Y en la dimensión tiempo, durante esos dilatados plazos entre la situación actual material (real) y la otra futura (imaginada), suele suceder que los suelos agraciados con la clasificación de urbanizables se abandonan a su suerte expectantes de una mayor rentabilidad futura. En pleno siglo XXI, ¿puede permitirse el urbanismo pasar por alto esa condición de no lugares en la ingente cantidad de suelos productivos que dejan de serlo ante una mera expectativa? ¿o deberíamos velar por mantener la actividad existente durante ese extenso plazo de tiempo, manteniendo todas sus funciones posibles y entendiéndolos como piezas fundamentales dentro de un sistema complejo?

El urbanismo evoluciona y, afortunadamente, su legislación también. Aunque de nuevo el tiempo, ese factor que tan sólo desde la disciplina del paisaje parece querer despertar al urbanismo de su letargo, irrumpe tozudamente: la legislación avanza pero el planeamiento urbanístico no. En el caso de Benimaclet la previsión de las necesidades urbanísticas que la ciudad podría requerir hoy se hizo hace más de 30 años, con unas expectativas de crecimiento poblacional que no se han cumplido y unas estimaciones de viviendas y servicios públicos que no sólo, por ello, pueden haber variado en cantidad sino también, y no deberíamos pasarlo por alto, en calidad.

La misma ronda norte, sin ir más lejos, fue una de esas previsiones del planeamiento que, recién estrenado el siglo empezó a ejecutarse sin responder entonces a otros patrones de movilidad más sostenibles y sin resolver con sensibilidad la relación urbana con su huerta (cuestión que perfectamente habría podido plantearse aprovechando el propio proyecto viario y trabajando las secciones de manera asimétrica tanto en planta como en sección, porque el plan general de Valencia sí conocía ya entonces que a un lado del viario había ciudad y al otro, no). Esa ronda es hoy lo que se quiso entonces que fuera: un filo que desgarra la trama urbana de la lógica de las trazas preexistentes de la huerta.

Comparto radicalmente la idea de ciudad compacta y densa que promulgan mis compañeros en el artículo, sin embargo no coincido en la igual validez de ambos modelos. En ningún caso sería hoy ambientalmente aceptable el modelo de baja densidad salvo que existiera alguna razón formal que, para algún espacio concreto, justificara su idoneidad. El suelo es un recurso caro y escaso, por eso debemos procurar el uso más racional y provechoso del mismo primando el bienestar colectivo por encima del beneficio de unas pocas personas. Tampoco comparto la idea de asignar directamente el «modelo duro», con mucho hormigón y viviendas, a la ciudad compacta (consolidada) ni el “modelo verde”, de pocas viviendas y creación (masiva) de huertos, a la ciudad dispersa propia de urbanizaciones aisladas en el territorio.

En el caso particular del PAI de Benimaclet nos encontramos en un espacio de borde urbano pendiente precisamente de consolidación, no en una trama urbana consolidada en el centro y vacía; se trata de un espacio de oportunidad para reparar el desarraigo forzado que, a golpe de urbanismo, ha quebrado ya en demasiadas ocasiones la armonía social en el área metropolitana de Valencia cada vez que se nos despojaba de un fragmento de huerta. Un espacio de transición en el que no sólo cabe el verde o el gris sino que existen multitud de matices por explorar admitiendo que la anchura y la configuración de la ronda es insuficiente para graduar la reconexión de la ciudad y su entorno inmediato. Además de la deseable permeabilización de esa ronda sería interesante observar y poner en valor las trazas de la memoria que aún se conserven (sean las huertas existentes -sin ser necesario crear nuevas-, la arquitectura tradicional o el camino inexplicablemente seccionado hasta el cementerio).

En su justa medida y dando oportunidades sinceras a una gobernanza más participativa, toda antigua previsión es aún revisable y mejorable. Lo que verdaderamente importa en ese debate es que el entorno construido, que va a ser irreversible en las próximas décadas y siglos sin que nada impida una nueva forma urbana mixta o heterogénea, tenga una calidad indiscutible y genere espacios de relación efectivamente públicos, diversos y accesibles.

Tracking Pixel Contents