Incívicos paseadores caninos

Dos perrros sueltos por el parque del antiguo Hospital que recae a la calle de Guillem de Castro. | E.RIPOLL
Soy animalista porque me gustan los toros. El aforismo del inolvidable Ramón Vilar estaba dedicado a la deriva populista. La coherencia ideológica impide que los derechos humanos pasen a segundo plano y deja a la intemperie a los que prefieren a perros y gatos porque siempre obedecen. Entiendo la expansión de mascotas urbanas. La desprotección de la soledad y el temor a la interacción cívica provocan que los pisos estén llenos de animales. Desconozco el censo, pero seguro que hay más seres irracionales por metro cuadrado que nunca. Además la pandemia ha disparado la adopción, pues el paseante de perro dispone de menos restricciones. Tras la entelequia de hoteles para gatos y desvaríos parecidos, la proliferación de perros urbanos se ha convertido en un problema vecinal. Como hay propietarios de canes de todas las tipologías, desde hace semanas proliferan los incívicos, que encima se han erigido en líderes del colectivo que plantan cara a los ciudadanos que reclaman un poco de urbanidad. Solo hay que pasear al caer la noche por los jardines del antiguo Hospital, o los parques del Oeste, Enrique Granados, Benicalap, Marxalenes o el de Barras-Calistenia Son Goku. Por no hablar de tramos enteros del Jardín del Turia dedicados a manadas caninas, o de la ocupación perruna del Parc Central, similar a de las grandes avenidas y calles intermedias. Hay personas mayores que han dejado de pasear por espanto a ladridos amenazantes, y madres y padres con un recorrido alternativo de columpios de uso prioritario para niños. Deberíamos conocer también la factura completa de la reparación de farolas municipales a causa del pipí animal. El compromiso animalista contradice aquello tan presuntuoso de primero las personas, pero que más da, lo importante es el ruido en las redes y la obligada disciplina. El mejor retrato contra el animalismo galopante lo ha hecho Dani Rovira, vegano y con mascota, en su magistral monólogo en «Odio», su nuevo programa en Netflix. El humor siempre desarma a los dogmáticos. Donde mejor están los perros, y resto de animalia, es en su hábitat natural.
Salvem Benimaclet!
Los defensores de la huerta que nunca riegan de madrugada y los benevolentes con toda reivindicación de carácter ecuménico han destapado su plan «pijoprogre» para Benimaclet. Resulta que en urbanismo están más cerca de los defensores de la prolongación de Blasco Ibáñez hasta el mar, que del modelo sostenible nórdico que exportó aquí la escuela arquitectónica promovida por Óscar Tusquets. Lo importante no es la altura, es la densidad adecuada que permite un bajo consumo de recursos, la eficiencia energética y el respeto con el entorno. La defensa del concepto de casas de poble para el barrio es insostenible, difuso y contrario al espíritu de las ciudades porque expande una morfología de residentes aislados. Además provoca que el ayuntamiento soporte mucho mayor coste en servicios públicos. El agrarismo siempre se opuso al progreso y el neoagrarismo populista esconde actitudes un poco reaccionarias.
Vacunómetro Calatrava.
La justicia poética hará que la Ciutat de les Arts i de les Ciències se convierta en el espacio público de València para la vacunación masiva contra el coronavirus. Un acierto. Primero porque da más sentido que nunca a eso de la ciudad de las ciencias, segundo por la facilidad de accesos y tercero porque revitaliza de manera práctica aquel mítico eslogan botánico de «Calatrava te la clava».
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