El traslado del sarcófago de Blasco Ibáñez al Cementerio General, previsto para los próximos días tras su retirada esta última semana del Museo de Bellas Artes, será el penúltimo, aunque de momento el último, de la historia funeraria del novelista. La obra de Mariano Benlliure quedará instalada, como elemento artístico, en el vestíbulo del Cementerio General. Quedaría tan sólo el episodio más complejo: que la pieza rematara el mausoleo nunca construido y que, debajo de él (que no dentro), se depositaran los huesos del valenciano universal. Algo que, de momento, ni está ni se espera.
Blasco Ibáñez tardó cinco años en descansar en València, en el nicho que actualmente ocupa en el Cementerio Civil. Ahora, con motivo del traslado del sarcófago, la Diputación de Valencia visibiliza sus fondos documentales sobre aquel acontecimiento, en el que la ciudad salió a la calle para recibir a su conciudadano universal. Cientos de miles de personas le recibieron en el puerto, en una comitiva donde no faltó el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora. Y cientos de miles pasaron por la Lonja para cumplimentarle, durante la semana que permaneció expuesto.
Con la llegada de la Guerra Civil, el mausoleo no fue construido: demasiado honor para un personaje demasiado republicano. Si el traslado se llega a demorar no sólo no habría mausoleo: Blasco sería un Machado valenciano, lejos del hogar y cubierto del polvo de un país vecino.