Reinventar las fiestas es la particular forma de entender el quiero y no puedo en el que, por necesidad sanitaria, se encuentran las tradiciones populares, tanto en València como en cualquier otra parte. San Vicente Ferrer llega con las mismas manos atadas que lo han hecho las Fallas o la Semana Santa Marinera y entre las jornadas de hoy y mañana no habrá más que pequeños retazos de su normalidad, que no llegará, en el mejor de los escenarios, hasta 2022.

Por segundo año, la ciudad estará privada de la estampa habitual: altares en diferentes plazas, niños representando los milagros del santo (reales o literarios) y las procesiones de las imágenes. El pasado año nada hubo porque todo el mundo estaba encerrado en casa. En esta ocasión, la gente estará en la calle, pero la actividad pública continúa paralizada.

Por este motivo, los altares no pasarán más que de acciones simbólicas, como los vídeos con mensajes grabador por la Junta Central Vicentina. La acción más llamativa será, en todo caso, la del Altar del Tossal que, en algún momento de la jornada (no se ha facilitado el horario), entronizará su imagen en un altar ubicado en un balcón de la plaza del mismo nombre. Para ser objeto de curiosidad o devoción.

Tal como aseguran en la asociación «en 400 años, el pare Vicent siempre ha estado en la plaza salvo en la guerra o el año pasado. Aquí es, simplemente, que se le pueda ver desde la calle».

El resto de actividades serán, como en otras fiestas de la ciudad, en el interior de los templos. En el espacio donde el aforo permite por lo menos hacer algo simbólico. Además de las misas al patrón (en valenciano en el Carmen), habrá ofrendas o las ya socorridas «procesiones claustrales», que se han puesto en práctica en otras festividades, así como la imposición de medallas a los nuevos miembros.

Los «miracles» 2022, por decidir

Los niños del «miracle» van ya para dos años sin poner en práctica sus dotes. Queda para 2022 el debate de qué hacer: si reanudar el concurso de Lo Rat Penat con la renovación lógica que genera el paso de la edad o si convocar una edición especial, de reconstrucción, sin concurso, para que se pueda despedir casi una generación completa de niños.

Algunos de ellos, mientras tanto, aprovecharon sus dotes para declamar pasajes de la vida del santo, tal como se programó ayer en Russafa. Ese altar no obvió, además, su vertiente lúdica (es el único altar de la ciudad que pone carpa) y no dejó de convocar ayer su concurso de paellas, pero en formato virtual.