San Vicente Ferrer predicó, sobre todo, fuera. Este año, y no es poco visto lo que pasó el año pasado, se ha predicado dentro. Y no ya dentro de la ciudad que le vio nacer, sino dentro de los muros de las iglesias, ese particular espacio en el que se han refugiado las fiestas populares a lo largo de estos meses de quiero y no puedo. Si gran parte de las festividades tienen, por origen, un componente religioso, (el patronazgo de las mismas), es la parroquia el único sitio que ha permanecido abierto para recordar que, en esta ciudad, se plantan fallas, se conmemora la muerte de Jesús o, ahora, se recuerda la vida del patrón del Reino de València. Y lo mismo va a pasar en las próximas semanas con la exaltación a la patrona de la ciudad, a la Eucaristía o a tantos y tantos santos y santas de barrio.

Las asociaciones vicentinas, encabezadas por la honorable clavariesa, Macu Atienza, asistieron a la procesión interior de la talla del patrón. También una nutrida representación de concejales, incluido el de Cultura Festiva, Carlos Galiana, que también lo hizo el Domingo de Resurrección tras no haber estado en la misa de San José de las «no Fallas».

Vuelta al púlpito

San Vicente Ferrer no está enmudecido, pero tiene que hablar en voz baja. Este año, por segunda vez, los niños no representaron en las calles, aunque la celebración de la misa mayor en la catedral tuvo un guiño a ese bien de interés cultural: uno de los «xiquets del miracle», Dani Doménech, se convirtió en «pare Vicent» para, subido al púlpito, pronunciar una predicación dramatizada, con la previsible calidad de quien ha crecido como miembro del afamado cuadro del Altar del Tossal. Fue una reproducción del último discurso atribuido a San Vicente, como concesión del cardenal Antonio Cañizares a la tradición interrumpida. Un «Vixca sant Vicent Ferrer» completó el momento. El momento de esperar un futuro mejor.