Cuando se ha historiado la Fira de Juliol de Valencia, nunca se ha mencionado o subrayado la causa real y más importante que llevó a los munícipes a su creación, aunque sobre el papel sólo se hizo mención a fines comerciales y turísticos que sí estuvieron en sus comienzos, los cuales fueron esgrimidos para impulsarla. El principal motivo fue la necesidad de aportar lo lúdico de la fiesta a la gente en un siglo catastrófico en todos los sentidos en la historia de Valencia.

La creación de la Feria de Julio fue, además, la gran oportunidad para que magnates como el Marqués de Campo, dueño de la fábrica de gas, se hiciera más rico, con la simple inversión de alumbrar el paseo de la Alameda, recinto de la Feria, de manera gratuita, lo que después le haría quedarse con la concesión de gas de toda la ciudad. Una pequeña inversión con la que ganó un gran negocio.

Animación en la Feria de Julio en la Alameda

El siglo XIX fue un tiempo de permanentes desgracias y catástrofes para la región valenciana inaugurado con la cruel invasión francesa de la que devino la Guerra de la Independencia. Los franceses por donde pasaron lo saquearon y robaron todo, dejando miles de muertos y haciendo numerosos prisioneros. Los males se acentuaron a partir de la mitad del siglo en que las epidemias de cólera, las inundaciones, sequías, terremotos y convulsiones políticas se sucedieron. Otra guerra, la de Marruecos ensombreció más el panorama por la cantidad de jóvenes que iban siendo llamados a filas y que ya nunca regresarían. El paro era un mal endémico generalizado y fueron derribadas las murallas de la ciudad para ocuparlos en algo. Más tarde acaecería la Revolución Cantonal en que revolucionarios y militares se cañoneaban por dentro de la ciudad. Y los barcos salían llenos de jóvenes obligados a cumplir su servicio militar en lo residual del imperio colonial, especialmente en la guerra de Cuba donde caían como moscas por las enfermedades.

Un cartel de la Feria de Julio de 1894

En este inmenso mar de negatividades nació y principió su actividad la Feria de Julio de Valencia, la Gran Fira, cuyos historiadores siempre han fijado su causa y origen en la despoblación de Valencia cuando llegaba el verano y la necesidad de retener a la gente unos días más por el bien del comercio local. Muy complacidos los relatores de las vicisitudes de la Feria se han conformado con esta explicación o justificación, sin ir más allá, sin extender su visión al contexto, lo que había ocurrido, lo que sucedía y lo que vendría después, un malestar general en todos los órdenes y sentidos en la gente de aquel tiempo.

Había una necesidad de interferir en aquellos tristes y luctuosos sucesos, de vencerlos o maquillarlos, una necesidad de fiesta, de divertirse, hasta de circo a falta de pan, y ello llevó a crear una Feria inexistente hasta 1871, que quiso ser copia de las históricas de Xàtiva y Cocentaina, y en la que predominaron los gustos de la burguesía y de los pudientes de la época, dejando poco espacio para el pueblo llano -¿quién tenía dinero para ir a los toros o comprar un billete de tren, o gastárselo en atracciones feriales?- a la vista de las programaciones que se realizaban por una Junta Ferial en la que estaban presentes las fuerzas sociales vivas de la ciudad que hicieron ediciones sociales hechas a su medida, en gran manera la medida de la burguesía. Dejaron poco espacio para que el común de la gente de verdad pudiera divertirse, esparcirse o mirar por momentos otras cosas que no fueran tragedia, salvo la espectacular Batalla de Flores, idea que importó de Niza el Barón de Cortes de Pallás.

Cuando se habla o escribe de la Feria los referidos son siempre a lugares comunes, clichés repetitivos, como el que se hizo para que una docena de potentados no abandonaran en verano tan pronto la ciudad. No se entra más allá, no se analiza el contexto social, político, cultural, ni económico. La Feria de Julio quiso ser una fiesta civil, un bálsamo para el pueblo por las convulsiones de un siglo triste, negro y trágico en la historia de Valencia, que tuvo sus golpes de efecto mientras la sostuvieron las sociedades burguesas predominantes de su tiempo y que entró en declive cuando quedó sólo bajo la responsabilidad municipal.

La Feria de Julio va a menos por muchas circunstancias, entre ellas, porque no tiene una base social que la sostenga, organice, participe, como sí la tiene el mundo de las Fallas. Y en cuanto cualquier circunstancia le afecte, como es el caso de la pandemia del coronavirus, se tambalea, o se aprovecha de ella para disminuirla o ausentarla con el consiguiente ahorro presupuestario y de trabajo. En los últimos años, y en esta tierra de grandes artistas como Renau o Contreras, hasta los carteles feriales dan pena, están hepáticos.

En la actualidad, la Feria de Julio poco sirve para hacer frente a los males que nos inflige la situación del coronavirus o del paro, a pesar de la necesidad de liberarse u olvidarse de ellos. Hay nuevas formas de divertirse, de escaparse, de intentar olvidarse de la realidad que nos atenaza y asfixia. Para con las amplias bases populares poco sirvió en su tiempo dado el cariz de que se la impregnó. Hoy tampoco sirve para ser mucho consuelo de los afligidos por el tormento laboral y social. De ahí que será conveniente repensar la Fira de Juliol tan desnutrida y desustanciada , profundizar en la línea de la descentralización y bajar a la calle, hacerla más popular, para que sea más efectiva, atractiva y participativa con el fin de que, aunque sea por un corto tiempo, un período sabático de angustias y preocupaciones, un respiro, un maquillaje de las circunstancias que nos rodean, pues eso es siempre la fiesta –civil o religiosa- una teatralización de la hechura de nuestra realidad en el duro ejercicio de sobrevivir cada día. Para nada criticable, muy plausible, para las vasijas de barro que somos.