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Solo cuatro refugios antiaéreos son visitables de los más de cien catalogados en València

La técnica valenciana de construcción era pionera y consistía en reforzar los techos porque no se podía excavar mucho dada la proximidad del mar

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Los refugios antiaéreos de la Guerra Civil en València

«El mismo día que llegamos a València, al anochecer, sonaron las sirenas: la ciudad fue bombardeada. A Marinello y a mí nos habían instalado en una misma pieza de hotel. Nos apresuramos a vestirnos, pues alguien nos tocó a la puerta mientras gritaba ‘¡Al refugio, al refugio!’. Cuando salimos nos dimos cuenta que la gente corría en una misma dirección, lo que nos hizo pensar que el refugio, como así fue, se encontraba en ella», escribía el poeta cubano Nicolás Guillén durante su estancia en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura que tuvo lugar en València en el año 1937.

El jardín de la Generalitat albergó otro búnker. | LEVANTE-EMV

La historia de la ciudad también descansa bajo tierra. Un subsuelo que cientos de personas habitaron durante el año 1937 y 1938 de forma cotidiana, pues era el lugar donde cobijarse durante los bombardeos sobre la que entonces era capital de la República Española, en plena Guerra Civil. Desde enero de 1937, el conocido como el «Levante Feliz», protagonizó la crónica negra con los primeros bombardeos contra el centro neurálgico del gobierno, a quien quería derrocar el bando nacional. Los refugios fueron los que resguardaron a los ciudadanos en los momentos previos y posteriores a las 25 sirenas que anunciaba la explosión de las bombas de los sublevados contra València. Precisamente en el Cap i Casal se han catalogado 115 refugios a través del nuevo inventario del patrimonio histórico de la ciudad entre 1936 y 1939. Pero solo cuatro son visitables en la actualidad. Se trata de un trabajo que han llevado a cabo tres especialistas en Memoria Histórica (Juan Salazar Bonet, José Mª Azkárraga Tenor y Sonia López Melón) y que se enmarca en una iniciativa de la Concejalía de Patrimonio y Recursos Culturales del Ayuntamiento de València que dirige Glòria Tello. El espacio de cobijo del Ayuntamiento, el de la calle Serranos, el del Instituto Lluís Vives y el del centro educativo Balmes son los únicos que se pueden visitar en València.

Les Corts Valencianes conserva su antiguo pasadizo. | LEVANTE-EMV

Con carteles de «no fumar», «no escupir», las fortificaciones subterráneas servían para cobijar a cientos de personas durante el rato que duraban los ataques. Estaban, en su mayoría, provistos de bancos y ventilación. Los de València eran particulares, de ahí su «importancia atroz», según el coordinador del Grupo de la Memoria Histórica en la Comunitat Valenciana Matías Alonso.

Solo cuatro refugios antiaéreos son visitables de los más de cien catalogados en València

Ciudad pionera contra bombas

«València fue pionera en defenderse contra las bombas porque desarrolló una técnica para adaptar los refugios a las características del terreno valenciano», dice Alonso. Así como en Madrid o Barcelona la mayoría de refugios se encontraban en el metro o en montañas cercanas, València no contaba con líneas de ferrocarril subterráneas y tiene una geografía plana, lo que obligó a improvisar a contracorriente decenas de refugios con técnicas particulares.

Solo cuatro refugios antiaéreos son visitables de los más de cien catalogados en València

«Las excavaciones subterráneas no podían ser muy profundas, en seguida salía agua», explica, por su parte Azkárraga a Levante-EMV. «En muchos casos se excavaba menos profundo y se colocaba arriba una planta baja maciza para incrementar la protección», detalla.

Solo cuatro refugios antiaéreos son visitables de los más de cien catalogados en València

El objetivo: frenar la metralla pero también la vibración provocada por la explosión. Para eso, combinaban material duro y blando. Una placa de hormigón, en medio material más débil —arena, por ejemplo— y arriba otra capa dura. Una técnica que evita el contacto de la metralla con el interior y que valió a la ciudad ser ejemplo para otros territorios que veían venir una guerra en Europa y querían saber como protegerse ante posibles bombardeos. Toda una estrategia de defensa «pasiva» ante los ataques para defender a la población y a la que esta contribuía con un canon de dos pesetas.

Entre 1936 y 1939, existieron cerca de 300 guaridas y galerías 

Los expertos en Memoria Histórica y Democrática de València estiman que hay más de 300 cobijos bajo el suelo de la ciudad. José María Azkárraga Testor, uno de los especialistas que se ha encargado de dar forma al inventario, cree que así es. «Hay más y todavía saldrán más refugios que están tapiados u olvidados. 

Hay muchas casas y edificios que tienen pequeños habitáculos y no se conocen», asegura a este diario. Lo respalda Matías Alonso, especialista en Memoria Histórica: «En València hay más de 300 refugios pero han desaparecido la inmensa mayoría», apunta. 

Así, dice que si solo hay cuatro enclaves rehabilitados y visitables es porque no «se ha querido abarcar más». En este sentido, diferencia los refugios públicos de los particulares. Estos últimos opina que son la razón por la que el número de subsuelos para protegerse de las bombas aumenta tanto. «Me atrevería a decir que muchas de las fincas de València cuentan con un refugio en el sótano que se construían con todo el edificio para resguardar a los vecinos de las bombas». 

Los lugares de protección tenían distintos tamaños. Los públicos podían acoger a entre 300 y 400 personas y todavía «hay que seguir indagando» porque quedan más por descubrir. Dice Azkárraga que en el espacio donde estaba el antiguo Trenet (por Pont de Fusta, frente a las torres de Serranos) se estima que hay uno de 1.200 personas. «Se debería emprendrer una investigación con georradar para localizar este último, pero también otro de la calle Colón para el millar de personas». 

De refugio aéreo a vestuario

Lo curioso es que muchos de los refugios que había para protegerse de los impactos de bombas tienen otro uso en la actualidad casi un siglo después. En la calle La Paz es el almacén de un bar, el del colegio Jesús-María fue el vestuario de las chicas durante años e incluso también fue trastero y almacén de materiales de construcción. 

Con los cientos de refugios que los especialistas creen que hay, todavía quedan muchos por encontrar.

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