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Tribuna

Centro histórico de València: El descabello

CENTRO HISTÓRICO DE VALENCIA: EL DESCABELLO.

Una oleada de indignación recorre muchos hogares del centro histórico de Valencia a medida que avanza implacable la tala de árboles en el entorno del Mercado central. Esta inexplicable muestra de barbarie, este salvajismo, impropio de personas civilizadas, al tratarse de un espacio muy emblemático de la ciudad, adquiere un valor simbólico y da la medida de lo que los vecinos podemos esperar de nuestro Ayuntamiento. Desde el pasado julio, la sierra inmisericorde ha talado multitud de melias, muchas de ellas añejas, en la avenida de María Cristina y todos los naranjos que rodeaban la fachada posterior del templo de los Santos Juanes. Probablemente sumarán una treintena de ejemplares, por ahora. Dejando de lado los pocos que pudieran estar echados a perder previamente, causa asombro comprobar cómo en algunos casos a un par de metros del tronco talado se ha obrado un alcorque, se supone que quizás para plantar más adelante un nuevo árbol, que en el mejor de los escenarios tardará no pocos años en igualar en frondosidad al derribado. Se ha arrasado por completo el arbolado de la fachada de la Lonja, lo mismo se ha hecho con la de los Santos Juanes, so pretexto de muy discutibles y ¿periclitadas? doctrinas estéticas y de supuestas exigencias de la Unesco. Otros ejemplares, sin embargo, eran ajenos a estos dos monumentos y han perecido igualmente.

Al parecer nadie ha pensado que en ese azotado entorno viven vecinos. Personas, algunas ancianas, que a diario transitaban bajo esas generosas sombras, imprescindibles en verano, en el trascurso de sus desplazamientos cotidianos, camino del mercado, del horno, de la farmacia, del bar, etc. Nadie ha discurrido que algunas de esas sombras se proyectaban protegiendo edificios casi por entero y mejoraban la calidad del aire, de la vida de sus habitantes, rebajando la temperatura de sus hogares, proporcionándoles intimidad y alegrándoles la vista. Ningún respeto. ¿En nada pertenece un barrio a sus moradores? La total falta de conciencia ecológica mostrada es inconcebible en estos tiempos. La actuación obrada es de trazo grueso, propia de tiempos pasados de un urbanismo triunfalista, arrollador, salvaje. Por otra parte, de los ejemplares triturados, no se ha salvado ni uno, en vista de un posible trasplante.

¿Cómo un Ayuntamiento puede promover cada año presupuestos participativos, para dar voz a iniciativas ciudadanas y, en cambio, está operando una enorme transformación del corazón del centro histórico sin escuchar a nadie? Lo que ahora se está llevando a cabo fue expuesto a información pública hace ya bastantes años, pero es evidente que en poco tiempo el mundo ha cambiado mucho y que había que contar con los vecinos de ahora para las obras de ahora.

El estado de las obras, lo que ya se va viendo, y lo que se puede visionar en la figuración del proyecto, da la impresión de un modo de hacer de nuevos ricos, despreciando y eliminando todo que había y poniéndolo todo nuevo. ¿Nada se podía aprovechar? ¿Ni siquiera los mármoles arrancados a la acera de la Lonja? ¿Tampoco los árboles? Está bien partir de un plan rector basado en el proyecto ganador del concurso, pero luego es misión del Ayuntamiento velar por su ejecución, establecer retoques, adaptarlo a las necesidades ciudadanas, más allá de los deseos o los delirios de los urbanistas. ¿Quién se ocupa, quién protege, a los vecinos? Yo, amargamente, diría que nadie.

Durante los tiempos más duros de la pandemia el centro histórico, ya antes de vida precaria, ha sufrido mucho. Su “monocultivo” de viviendas turísticas quedó hundido. Las calles se vaciaron aún más que las demás de la ciudad. Un desierto. Muchos pequeños comercios no han resistido y han cerrado.

Cuando la actividad ciudadana ha vuelto a prodigarse el Ayuntamiento ha abierto en canal simultáneamente todo el entorno del Mercado central y la plaza de la Reina, bastante cercanos entre sí. ¿Era este el mejor momento? ¿Los dos a la vez? Algunos establecimientos hosteleros, privados de la terraza, han cerrado, otros la han mantenido y ofrecen a los turistas y visitantes refrigerarse o comer entre escombros…

El centro histórico de Valencia, particularmente el Mercat, está cada vez más huérfano de moradores habituales. Reducir el tráfico rodado puede ser un fin bien intencionado, pero se ha de adaptar también a los vecinos y comerciantes, encontrando un punto de equilibrio. Es dificilísimo llegar bajo de casa, parar y descargar la compra, o cargar el vehículo para las vacaciones, o trasportar un enser, o recoger a un familiar (mayor, por ejemplo); qué decir de la carga y descarga comercial. No sé qué ocurriría ahora si hubiera una emergencia. El tráfico se ha ordenado de modo laberíntico, poco práctico, incomodísimo. Asimismo nos hemos quedado casi sin servicio de autobuses. Con la reforma actuada en la plaza del Ayuntamiento casi ninguno para cerca de nuestras viviendas –ya antes de la obra se suprimieron las paradas de la plaza de la Reina- y la nueva línea C1 (en verdad la del viejo 5 reformada) no deja de ser un parche. Sistemáticamente hemos de hacer trasbordo de al menos dos líneas para nuestros desplazamientos.

La gran postal del centro

Muchos de nosotros tenemos la impresión de que se está forjando la gran postal futura del centro de Valencia. Un entorno para llegar, visitarlo e irse. No para vivir. Un barrio turístico que languidecerá, triste, cada día a media tarde, sin visitantes y sin guías. (¿Y quizás también escenario de botellones nocturnos en el “anfiteatro” previsto ante de los Santos Juanes?). Ya veremos qué resulta de las obras en curso.

Por lo pronto lo ejecutado en la plaza de Brujas y alrededores ha encendido las primeras polémicas por su carácter de intervención dura. Las obras en curso, de gran magnitud, comenzadas en mayo de este año, han proporcionado a los vecinos cada día un verano infernal, con horarios de trabajo a menudo de siete de la mañana a siete de la tarde, incluidos algunos sábados por la mañana, pero mucho nos tememos que este también será un sacrificio vano.

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