«El sábado fue a ver a su marido, nuestro padre, y un hijo que murió joven. Ese día, por la tarde, empezó a sentirse mal. La llevamos al hospital. No sabemos qué pasó. Le pusieron morfina sin decírnoslo y se quedó ya sin movimiento. Al día siguiente se nos fue. A las doce. El día de Todos los Santos la enterramos». Y con una tristeza enorme porque «cuando el ayuntamiento nos invitó se puso muy contenta y le hacía mucha ilusión».

Se llamaba Rosa García Martínez. Había cumplido cien años el 28 de mayo. Ese día hubo fiesta en su pueblo natal, Catadau, alcalde incluido. Pero como estaba empadronada desde hacía décadas en València, fue una de las invitadas a la fiesta de los centenarios de la ciudad. Pero ayer, su silla estaba vacía. Acudieron sus hijas, Pepi y Rosa María. Y la comitiva oficial, una vez saludaron a los centenarios presentes, también cumplimentaron a la ausente. «Estaba súper bien y activa. Habían venido los dos, ella y nuestro padre, cuando nosotras encontramos trabajo en la ciudad. Para estar todos juntos. Volvíamos al pueblo los fines de semana. Fue autónoma hasta el fin de sus días. No veas la ilusión que le hacía. Nos decía que iba a ver al alcalde. Que a ver qué le iban a hacer... por eso, hoy teníamos que estar aquí».

Es una de las personas que, cumpliendo cien años, acudieron, en persona o en recuerdo, al Salón de Cristal, recuperando un acto emotivo que el pasado año no pudo realizarse. Son 127 las personas empadronadas en València que nacieron en 1921. Ayer acudieron catorce. Hay muchos que no tienen posibilidad o que no están en salud. Pero los presentes reunían historia y vida de la ciudad. Lo que destacaba el alcalde, Joan Ribó: «sois nuestra inspiración para impulsar un mundo más justo, para enfrentar los retos cotidianos y trabajar por una València resiliente, sostenible y feliz». O como dijo la concejala Pilar Bernabé: «os queremos, porque a vosotros os debemos la vida, la educación y todos los sacrificios que habéis hecho».

Don Francisco habló en nombre de los homenajeados y dio un sobresalto a los presentes cuando habló de hacer a la ciudad «grande y libre». Había pedido también a los jóvenes tener responsabilidad y «que nos cuiden» . Hay que cuidarlos y mucho porque al acabar, Don Modesto se sintió mal y hubo que sacarlo en camilla.

Los actuales centenarios ya no vivieron la anterior pandemia, la de la Gripe Española, pero sobrevivieron a una guerra, a los bombardeos o a las trincheras -los hombres están en época de Quinta del Biberón-. Sobrevivieron a la posguerra, a la tuberculosis y a todas las enfermedades que eran mortales por desnutrición. Y ahora han sobrevivido al virus. Han visto los cambios democráticos, la transformación de la sociedad y el cambio de siglo. Pero también el confinamiento, la marcha de compañeros de residencia, incluso más o mucho mas jóvenes que ellos. Los homenajeados de ayer eran supervivientes de uno de los peores momentos de la historia moderna.

Cada uno con su historia. Curioso el caso de Exuperancia Bartolomé y Orosia Vidal. En un tiempo en el que los nombres poco frecuentes son tendencia, ellas ya lo tenían hace cien años. En ambos casos por una costumbre de época a pesar de que nacieron ambas lejos de València y lejos entre sí. En Pinilla del Olmo y Valdemoro de la Sierra, Soria y Cuenca: «tener el nombre del día en el que naces». Orosia, el 25 de junio. Exuperancia, además, «porque mi padre quiso que tuviera un nombre único en todo el pueblo».

Es Exuperancia, además, de las que conservan perfectamente la lucidez. «¿Criada con el frío de Soria? Sólo a la mitad, porque viví allí hasta los 50 años y los siguientes 50 los he pasado aquí en València». Como tantos otros, los que vinieron en la época del desarrollismo buscando nuevas oportunidades e iniciando el proceso de la España vaciada. «Fue la desbandada, pero ahora vuelvo en verano en los meses de calor. Yo era viuda con dos hijas y no podía colocarme en cualquier sitio. Aquí en València ya tenía un hermano. En poco tiempo ya tuve trabajo. En Casa Familia y luego en Toallas El Trobador, hasta que me jubilé».

Otras son pioneras con mayúsculas, como Amalia Doménech, pionera en la carrera de químicas. Trabajó en la farmacia familiar y también estudió Química. Antes había sido fue enfermera de guerra en Xàtiva. Debió tener mucho trabajo. Y luego también lo fue en el deporte. «Era muy activa y no quería bordar ni cosas típicas de las mujeres de entonces. Se vino a València a estudiar y dijo que quería hacer deporte. «Hay una cosa que se llama hockey». Lo probó y le gustó». Tanto, que acabó siendo convocada por la selección española de portera. «Llegó a irse a Alemania a jugar contra una selección de las juventudes hitlerianas

Remedios Colás, por ejemplo, juega en casa, porque su marido, Pedro Antonio Clemente, trabajó en las rotativas de Levante-EMV, llegando a trabajar en nuestro mítico edificio de la Avenida del Cid.

O Remedios García, que acudió con su biznieta Inés, que nació a la misma hora que la familia celebraba, como en la película, que «Mamá cumple cien años».