La Procesión de la Virgen de los Desamparados, eje central de la festividad valenciana de mayo, tiene un itinerario marcado desde hace siglos y el primer tramo transcurre por completo a través de la calle de los Caballeros, el lugar donde lo más granado de la aristocracia valenciana levantó sus palacios desde el siglo XIV. Y es en esta vía destacada donde cada año se acicala uno de los balcones más famosos de la calle, el balcón de Marzal.

Normalmente lo que llama la atención en una procesión es la propia imagen que la convoca. Pero en el caso de la procesión valentina este punto resulta de un atractivo arrasador. Año tras años, y este año mucho más al regresar la fiesta después de la Pandemia, Enrique Marzal hace gala del derroche más espectacular de pétalos de rosa de todo el desfile. En su nueva edición no defraudó, demostrando que mantiene el nivel, y que incluso lo supera. Todos los fotógrafos y todos los curiosos se agolpan en este punto para ver caer la lluvia multicolor.

Pero no es solo alarde de flores lo que significa Marzal. El mítico patriarca representa toda una Valencia tradicional que se rinde a sus pies cuando pasan por el palacio. Bailarín, folclorista, indumentarista y experto en todo tipo de tradiciones valencianas, es saludado de una manera constante por una cantidad ingente de participantes en el acto.

Cuando los feligreses que recorren el itinerario procesional pasan bajo el balcón de Marzal levantan la vista para verlo y, si está allí cuando no está atendiendo a sus numerosos invitados, le saludan y le vitorean como si fuera verdaderamente una autoridad. No importa el pueblo, la agrupación, si es fallera o clavariesa, si son los caballeros de la capa o los de Sant Vicent Ferrer… siempre hay una mirada y una respuesta amable por parte del dueño del balcón.

En las principales poblaciones valencianas tener una casa en “la volta de la processó” es señal inequívoca de distinción. La Virgen o el patrón local pasará por delante del edificio, y eso ha generado a lo largo de los siglos un ritual social insólito. Ya Blasco Ibáñez en un capítulo de “Arroz y Tartana” describe todo el complejo despliegue de ingeniería cívica que significa ofrecer una merienda a los amigos en tarde de procesión. La Doña Manuela de Blasco vive una de esas tardes de diversión mientras los personajes del Corpus desfilan bajo sus ventanales.

El casco histórico cada vez está más vacío. Esta costumbre de la recepción amable ya cada vez subsiste en menos casas, pero Marzal la mantiene con una tenacidad encomiable. Esa Valencia antigua, llena de un sabor tradicional indómito, pasa todas las tardes de procesión por el balcón de Marzal, tanto si es parte de la comitiva como si es parte del elenco de la fiesta en la ilustre vivienda.

Enrique Marzal tuvo dos baches de salud muy graves, pero su corazón luchador se ha repuesto a todo. Su gran abogada es esa Virgen a la que ahoga en flores cada día que llega su fiesta, igual que lo inunda todo cuando pasa la Custodia del Corpus. No está consignado en ninguna guía turística de la ciudad, pero el balcón de Marzal es una de esas tradiciones valencianas que merecerían ser eternas.