«¡Ya han abierto la plaza. Vamos a verla!» era una de las expresiones que más se escuchaban en los aledaños del espacio más esperado y más comentado de la historia reciente del urbanismo de la ciudad. Más incluso que la plaza del Ayuntamiento -hasta que acometa su verdadera reforma-. La Plaza de la Reina ha abierto sus puertas o, lo que es lo mismo, ha retirado sus vallas después de quince meses de obras y ya está a libre disposición de los usuarios.

Es una reforma para la que no existe la escala de grises. La ciudad tiene su polarización y los debates se enrarecen, cuando no envilecen. El resultado, que ya puede pisarse o recorrerse, no es, ni mucho menos, una ruina para seguir destrozando la ciudad. Afirmar eso es mentir. Tanto como pretender que la reforma sea una maravilla del urbanismo ciudadano que hubiese firmado Jane Jacobs como obra propia. Afirmar eso también es mentir. El cero y el diez absoluto sólo parten del fanatismo.

Al final, las plazas son del pueblo. Y al pueblo se le puede preguntar. Y recopilando las opiniones se sustancia una oración compuesta: «Está bien, pero...». Que indica la sensación agradable que supone acabar con un espacio que formaba parte de la jungla del asfalto y la sensación de reparo que suponen los defectos que se le extraen de una primera experiencia sobre el terreno.

Y ésta, vistas las opiniones son las que se esperaba. A favor, que se ha ganado el espacio. En contra, que no se ha aprovechado la reforma para hacer una plaza más «de estar» que «de pasar», especialmente en una parte importante del año. Porque València es mediterránea y calurosa. Que la gente eche las horas en la plaza, en sus 900 metros de bancada, lo podrá hacer en determinados meses del año o a determinadas horas. Durante gran parte del día en los meses de verano, desde luego, no. 

En cualquier caso, la plaza la ha colonizado el viandante. El jueves fue moitvo de visita masiva, especialmente por la tarde. Faltaría más por otra parte. Que para eso está. Es un espacio ganado en una ciudad donde, hasta ahora, las plazas emblemáticas eran rotondas y que, a pesar de los pesares, van adaptándose a los nuevos tiempos.

Así se abre el nuevo baño público de la Plaza de la Reina

Así se abre el nuevo baño público de la Plaza de la Reina Moisés Domínguez

«Bien, pero... falta verde», «bien pero.. hay demasiado cemento». Son dos de los peros que hace un grupo de personas mayores que acudieron ex profeso. Otro veterano se queja de los «sarcófagos», los contorvertidos bancos de piedra que hay en mitad de la nada. Porque les da el sol sin piedad y porque «¿donde se ha visto un banco sin respaldo? ¿Eso es lo mejor para las personas mayores? Lo curioso es que, de repente, te ponen dos bancos, de esta misma piedra, con respaldo y los demás no». Esos bancos desprotegidos son escenario de la estampa rocambolesca: cuando el sol se oculta, se ocupan. En cuanto pega, se desertizan.

Al lado está el espacio más alabado. Verde y húmedo. El «oasis», con plantas, bancos y vaporizadores. Ahí va el pueblo como a un parque acuático. Se agradece la micro ducha y el paisaje. Los dueños de perros tampoco lo dudan.

Los pulverizadores de agua convierten en un oasis la nueva plaza de la Reina

Los pulverizadores de agua convierten en un oasis la nueva plaza de la Reina Daniel Tortajada / A. Iranzo

Buscando las sombras

«¿No has visto la foto esa del rebaño de ovejas debajo de la sombra de un árbol? Pues esto es lo mismo». Y es verdad: las sombras se cotizan y se acude a ellas. Las sombras de los olivos, cerca de la catedral, son las más solicitadas mientras un guía de cruceros insta a su público a subir al Micalet con aparente poco éxito. Con lo bien que se está...

Otros se agolpan bajo la pérgola de tela. Ideal para extender el mapa o hacer fotos. «¿Y no habría sido más fácil poner ahí debajo los bancos y dejar diáfano el resto de la plaza?».

Llaman la atencion para bien los juegos que hay junto a la estatua de Guastavino. La gente se lo pasa en grande haciéndose fotos en espejos de ilusión óptica. Siempre que tengan mantenimiento, porque la caja-laberinto ya tiene un dedo de polvo.

También se agradece el baño público, un artefacto absolutamente necesario en zona de concentración humana. Además, tiene grifo de agua, que acompaña una de las fuentes públicas instalada justo al lado.

Estreno del aparcamiento

A la vez se ha inaugurado el aparcamiento subterráneo. Un acceso pacificado respecto a la terrorífica lengua de asfalto de antaño. Aquí, el conductor accede a la zona peatonal, pasando por encima del memorial de las vías del tranvía y, a baja velocidad y dejando a su derecha la compatible zona de carga y descarga, entra en el subterráneo.

¿Los peros? Los despistes. Casi a la vez, un conductor que quería entrar aparece en la zona exclusivamente peatonal y otro que quería salir, en lugar de desviarse a la izquierda a la calle del Mar, se marca un recto antes de que, por señas, le dindicaran que dé marcha atrás. Todo pasa delante mismo del secretario de la Unión de Consumidores, Vicente Inglada, quien acudió a echar un vistazo y que reconoce que «las señales no están bien marcadas». Y es verdad: tanto la flecha que indica la entrada al aparcamiento como la «dirección prohibida» y «dirección obligatoria» de la salida.

Las primeras horas son escenario de algún roce. «¡Apártate tu!» le espera un peatón a una pareja en patinete que ha hecho sonar un timbre. Es otro de los peros: «Las bicis y los patinetes se van a hacer los amos, como en el Ayuntamiento».

La plaza ha iniciado, con sus pros y contras, una nueva vida. Y con la sensación de que, en unos días, nadie se acordará de que es nueva.