«Como la reina madre de Inglaterra. En verano, cervecita; en invierno, vinito». Y con esa receta, así de flamenca está Amparo Cano, una de las protagonistas de la fiesta que, cada año, ofrece el ayuntamiento a los vecinos que alcanzan el centenario durante el año en curso. Toda una vida como la de Amparo, que vivió hasta los veinte en Alcoi, donde jugaba al hockey patines «y subía al Barranc del Cint» y que, cuando llegó a València fue una adelantada a su tiempo. «Aunque se dedicara a coser y criar hijos, escribió poesía, que leía en la radio, tiene una novela escrita y otra a medio hacer. Ha viajado, pasea... es positiva y empática» dice con orgullo su familia. 

Veinte valencianos empadronados acudieron a la cita. Y se cayeron seis de las confirmaciones porque el día estaba un poco desapacible y porque, a esas edades, uno no se levanta siempre en forma. Pero en València son muchos más: el padrón municipal señala que son 145 los y las ciudadanas (hay más «ellas» que «ellos») que han alcanzado el siglo de vida este año.

En la fiesta de esta ocasión, y aún superando una pandemia, una sensación general: la «quinta» de 1922 está en buena forma. Mucho galardonado con los sentidos muy alertas. Y las hay que demuestran que aún les queda carrete. 

"Sacaros del anonimato"

El alcalde Joan Ribó y la vicealcaldesa Sandra Gómez presidieron el acto, en el que se les entrega un escudo de la ciudad «porque habéis formado y construido la historia de València y es nuestra obligación sacaros del anonimato que no merecéis». 

Una Hermana de la Caridad

Entre las invitadas, esta vez incluso una monja. Sor Ángeles Marta Riva Cosio, una Hermana de la Caridad de San Vicente de Paul y cántabra de nacimiento, quien después de 72 años en Ontinyent orando y dando clases de música, ahora reside en el convento de la Saïdia.  

Muchos centenarios confirman lo que es València: tierra construida entre todos. Los centenarios vinieron de otras tierras. Como Edelmira, que lo hizo desde Valverde del Campo. O Rufino, que vino de Torrecilla para trabajar en las cocinas del Hotel Europa y que vive independiente en un cuarto piso sin ascensor. 

Como ha tenido inquietudes literarias «y 102 cosas más» Juan José Igualada, padre además del fotógrafo José Igualada, durante muchos años colaborador de Levante-EMV en la sección de deportes. 

Una guerra con 13 años

Estos centenarios no vivieron la primera gran pandemia, la de la gripe española, pero no lo tenían fácil. La mortalidad infantil no perdonaba y empezaban a aparecer las vacunas. Y cuando tenían 13 años empezaron a caer bombas en las calles y pueblos. Como en Pozuelos, Albacete, de donde vino Ana Martínez. «Por allí iba a cazar Franco antes de la guerra y luego, cayeron seis bombas en las calles y no explotó ninguna». Vino a València y su marido construyó la historia de la ciudad: «primero trabajo en la Coca Cola y después en Cervezas El Águila». Ella tenía que cuidar a la prole. Esa que convertida ahora en hijos, nietos y biznietos, las acompañaron orgullosas. Algunas están casi a puntito de ser tatarabuelas. No es fácil: para serlo una persona centenaria, la generación ha de empezar cada 25 años. Ellas y ellos eran padres tempranos, pero la media ha ido ralentizándose. 

Han vivido más que Ava Gardner

Han aguantado en el mundo más que José Luis López Vázquez, Pierre Cardin, Joan Fuster, Doris Day, Gaínza, Ava Gardner, Toni Leblanc, Judi Garland, José Saramago o Christopher Lee. 

Fue el año en el que se creó la insulina, tirotearon a Pancho Villa, se incorporó el color al cine, Adolf Hitler intentó un golpe de estado y, como recordaba Sandra Gómez, «se decidió construir el estadio de Mestalla, que apenas tardó tres meses en hacerse, lo que demuestra que entonces estaban más adelantados que ahora». 

Vicenta Sarrión es otra de las adelantadas a su tiempo. «Salgo a andar todos los días, me guiso yo, me arreglo yo...» y durante toda su vida fue «modista. Ahora -dice mientras enseña las manos- estos dedos ya no están para coger la aguja, pero ya ves que no me estoy quieta». 

Es una nueva hornada de centenarios. La vida continúa. De hecho, el padrón municipal señala que hay 175 personas más que superan esa edad, y que ya fueron invitadas en su momento al Salón de Cristal. En los últimos años, el récord de longevidad en la ciudad se sitúa en los 107 años. Por eso, una de las nietas de Amparo Cano, la centenaria de la cervecita y el vinito, reconoce que «cada minuto que paso ahora con ella cuenta».