La Ruta del Santo Grial; la Ruta de San Vicente Mártir; la Ruta de San Vicente Ferrer... Si por caminos históricos es, la ciudad de València está atravesada en su parte vieja por varios caminos y trazados que, además, se entrecruzan entre sí. Ideales para el turismo religioso, ese que no acaba de estar del todo explotado -en proceso si se quiere, pero lejos aún de extraerle todo el jugo-, pero que son capaces de construir un relato, cuanto menos, sugerente. La historia de un hecho religioso, con sus fuentes confirmadas y sus partes míticas, son capaces de generar un principio y un fin.

La Virgen de los Desamparados tiene su miga y no ya sólo a los ojos de los devotos valencianos que la veneran por inercia. Su historia no está nada mal. Una virgen que fue tallada por ángeles, que se ponía en la tapa de los ataúdes, que tuvo su germen en una paliza a un loco... una historia que en la ciudad se conoce a retazos, cuando no a golpe de anécdotas, y que fuera es desconocida. En un tiempo en el que tanto cuenta la solidaridad, este relato es el de una ONG sacra con seiscientos años de adelanto sobre la modernidad.

Con motivo del centenario de su coronación -un hecho que tampoco acaba de estar bien claro en el imaginario popular para qué sirve o sirvió- la Mare de Deu se ha incorporado a la ruta de Rutas. Lo ha hecho mediante un proyecto de Basílica y Arzobispado para realzar esa efemérides.

La «Ruta Urbana Mariana» no sólo es un libro de historia al aire libre, sino, para el creyente, una forma de ganar la indulgencia -tabla rasa con los pecados cometidos-. Se ha creado un recorrido de un kilómetro y medio pasando por los lugares que tienen que ver con la historia de la patrona y se han enviado 1.200 cartas a todas las parroquias, colegios diocesanos y profesores de Religión de centros públicos valencianos invitándoles a unirse a estas peregrinaciones, una invitación que se extiende a todos los devotos de la diócesis. Sobre todo en su primer tramo no son lugares de exquisita belleza arquitectónica. Es la explicación de los mismos lo que le da contenido e importancia.

Km 0: lo que queda del Hospital

Empieza en la sede San Carlos Borromeo de la Universidad Católica, en la calle Quevedo, donde se ofrece el vídeo introductorio, se bendicen las cruces que premiarán el final del camino y se introducirá a la primera de las estaciones. Ese kilómetro cero está al lado mismo: el lugar donde estaba el antiguo Hospital dels Folls. Realmente, lo que queda son los cimientos y un arco del antiguo Hospital General, resultado final de la acción médico-social iniciada en ese lugar. Junto a él, la capilla del Capitulet, el pequeño templo donde empezó a venerarse la imagen y donde, cuenta la tradición, se esculpió la imagen original.

La ruta no es cronológica porque obligaría a volver sobre los pasos. Y así, la siguiente parada es la Plaza de la Merced, un espacio que es mucho más que la falla y Más Masiá. Es el sarcófago urbano de lo que fue el convento del mismo nombre, arruinado por Mendizábal en la desamortización y derribado por mor de la burbuja inmobiliaria de mediados del Siglo XIX, que también la hubo. De una de sus celdas salió cierto día (dícese que el 24 de febrero de 1409) Juan Gilabert Jofré en dirección a la catedral para marcar el inicio cronológico de la epopeya.

Parada en la Plaza Redonda

Aunque no es una estación propiamente dicha, la ruta se para en la Plaza Redonda. Dícese que sería allí donde el padre Jofré, durante ese camino hacia la catedral, contemplaría la escena de maltrato a un enfermo mental, cuyo linchamiento evitaría.

Pasando por la nueva plaza de la Reina, la ruta se para ante la Puerta Románica de la Catedral, escenario del sermón del monje mercedario reclamando «un hospital o casa donde los pobres inocentes y furiosos sean acogidos. Porque muchos pobres inocentes y furiosos van por esta ciudad, los cuales pasan grandes desaires de hambre, frío e injurias». La catedral fue además el escenario físico de la primera capilla de la Virgen de los Desamparados, concedida en el Siglo XVII para realizar su culto.

Finaliza el paseo en la puerta de bronce de la Basílica, el espacio natural de la patrona, construido en la segunda mitad de ese mismo siglo XVII para estar en consonancia con la popularidad y devoción que, con 200 años de solera, ya había alcanzado la «Geperudeta».

Una vez en su interior, una misa y confesión permiten alcanzar la condición de peregrino. Sin cuño, pero sí con la posibilidad de hacerse con una bolsa de peregrino (con libro que sirve de guía para la ruta y que incluye oraciones; una estampa con una oración dedicada a la Mare de Déu escrita por el cardenal Cañizares; una pulsera-Rosario; una vela; una medalla; y una gorra) que acredita haber cumplido con la particular dosis de catecismo e historia de la ciudad, ordenada más allá de las notas sueltas.

El bonus-track es visitar el Museo Mariano, muy sencillo de entender y que completa el acopio de facetas de la devoción a una imagen y a una idea que ha superado los 600 años de antigüedad sin vislumbrar crisis emocional, pero sobre la que hay muchas lagunas de conocimiento.