El Corpus luce en su renovada casa

Los elementos procesionales llaman la atención, aunque son difíciles de entender

Una de las Ágilas

Una de las Ágilas

Moisés Domínguez

Moisés Domínguez

Los primeros visitantes fueron un matrimonio que sabía que era el día de la reapertura. «Rara avis» en un museo que tiene todo por mostrar y que lo hace masivamente, aunque en muchas ocasiones por casualidad. El del Corpus. Que después de haber estado medio cerrado por la rehabilitación integral de la Casa de las Rocas, ya puede verse en plenitud a falta de tan sólo retirar algún andamio.

Es el más diferente de todos los que pueden verse en la ciudad por su ubicación estratégica y por sus reclamos. Está en pleno barrio del Carmen, zona de bastante tránsito de turistas, aunque esté un pelín alejado de las grandes citas de la contornada (Palau de la Generalitat y Torres de Serranos, entre las cuales está el Refugio, desaprovechado al estar condicionado a las visitas programadas).

El que lo tiene como visita agendada, de acuerdo. Pero son muchos los que se asoman atraídos por lo que ven detrás del portalón. A la vista de todos, estratégicamente posicionado, el «Gegant» de la valenciana. Y al fondo, el Drac de Sant Jordi y la Cuca Fera. ¿Qué es esta mezcla? ¿Un museo cinematográfico? Obviamente no y se aclara desde la conserjería a los despistados. La entrada es gratuita y el visitante se encuentra de sopetón con esa colección de coches de caballos y animales difícil de entender al primer golpe de vista sin explicación. A pesar de que los paneles tratan de poner orden en esa cascada de alegorías que es la «Festa Grossa».

Los audiovisuales y la mini-grada con las proyecciones completan la oferta de una visita que siempre desconcierta. «¿Y esta tortuga qué es?». «¿Qué quiere decir eso de las Rocas?». «Creo que hay una cofradía que las saca». «Mira, esta es la de los demonios». «Y ese águila, ¿por qué se está comiendo a la paloma de la paz?» se pregunta, sin respuesta, un parlanchín grupo de visitantes. Ante el abigarramiento se hace imposible que los visitantes no toquen. Apoyarse en una de las Águilas hace las veces de photocall. Pasan más desapercibidas las sorprendentes pinturas que han ido apareciendo durante el descascarillado de paredes y columnas.

El Museo es la particular Sagrada Familia de las fiestas de València por sus continuas reformas. Antaño se exhibían más o menos las Rocas en su Casa (la mitad del inmueble). El venerable Paco Ramírez se encargaba de repetir una y otra vez la explicación a los grupos que por allí se dejaban caer. Con el paso de los años, el Corpus ha ido ganando en sensibilidad: la gente ya no se puede subir a los carros en la Procesión; ha desaparecido el tiro y arrastre, se han reparado algunas de las rocas, se han añadido nuevos elementos -con más o menos tino-, se han abierto sus puertas para albergar mini-conciertos de la Gran Fira (espectacular imagen siempre de los cantantes con el San Cristóbal detrás) y se adquirió el edificio contiguo para conformar un gran complejo que, de todos modos, sigue siendo abigarrado porque los elementos que se exhiben con muchos y voluminosos. Ahora, después de una remodelación integral para acabar con humedades y desperfectos, la totalidad de la festividad se exhibe al visitante, premeditado o accidental.

Pedagogía necesaria

Las visitas dejan clara la necesidad de una enorme pedagogía sobre el Corpus de València y sus capas superpuestas de mensajes. Se reconoce: «desde la calle, ver un dragón, llama la atención y entras». El edificio exhibe en su planta baja de todo el muestrario bestiari, gegants, elementos alegóricos (San Cristóbal, Cirialots, banderines y otros elementos festivos) y el gran garaje con las Rocas. En las plantas superiores, los «Cavallets», el vestuario de la fiesta y más elementos que forman parte del mismo, desde cartelería histórica al «rollo», la ristra de papel en la que aparecen dibujados los personajes, del que se cumplirán 200 años en 2024 y cuyo facsímil se puede contemplar tras una vitrina.

A pesar de la tosquedad de algunas Rocas, el Museo no deja indiferente. «Jo, que guapo».

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