La tromba de agua deja un cementerio de autocaravanas en Castellar
Los usuarios de vehículos familiares aguardan con inquietud para saber si volverán a andar o si desaparece la cultura de viajar con la casa a cuestas

Las caravanas aguardan a ser sacadas del barro / Moisés Domínguez

Además de viviendas, alquerías y huerta, Castellar tiene una seña de identidad en su paisaje urbano: es -o ya veremos si era- el gran aparcamiento de casas rodantes de la ciudad. Son vehículos que no pueden estacionarse ni en la calle ni en garajes. Por eso, cerca de doscientos, entre «roulottes» y autocaravanas, forman parte de su paisaje. Un mar blanco en unas campas al lado de la zona residencial. Esa era la normalidad al menos hasta ahora. Allí se guardan, se vigilan, vacían las cisternas y tienen los servicios de taller y mantenimiento.
Pero ahora, tal como dicen los usuarios, el problema, la incertidumbre y la pesadilla será esperar el momento en el que se compruebe si funcionan o no, después de haber sufrido la furia del agua, que alcanzó una altura más que respetable, pues al estar en junto a la bajada del puente, el talud hizo de contención y estancó el agua más que en la media del pueblo, menos dañado que Forn d’Alcedo y La Torre.
Un billar en el lodo
De los dos grandes aparcamientos que hay a la entrada del pueblo, cada uno tiene una realidad diferente. Con los remolques, el problema es sobre todo de los daños. Al ser vehículos más ligeros fueron rodando caprichosamente entre el agua y el lodo, chocando unos contra otros. La sensación no es de siniestros totales, pero sí de haber participado en un billar indeseado. El gran solar es ahora un mar de lodo, impracticable y sólo cuando empiece a secarse se podrá empezar a revisar uno a uno.
Aparcamiento, venta de accesorios y taller forma parte de los servicios que se prestan en este singular polígono, aunque una parte se ha desplazado a Beniparrell. Las autocaravanas aguantaron en su sitio, pero a usuarios como Gabriel y Costanza no les queda más que la incertidumbre. «Mira esa de ahí: está perdiendo aceite. Eso es mala cosa».

Los dueños de una autocaravana intentan limpiar parte de su vehículo / Moisés Domínguez
Ahora no se puede hacer nada porque hay que quitar el barro y poder salir. Si conseguimos que estabilicen una salida habrá que sacarlas con grúa. Obviamente no somos prioridad para nada y eso lo tenemos asumido. Primero son las casas y los coches que hay por ahí. Y una vez lleguen al taller. Si entró agua en el motor... para tirar. Arreglarlo cuesta tanto como un coche nuevo» y recuerdan que «las compañías de seguro nos mandarán al consorcio. Y por mucho que den, nos darán lo que consideren».
En función a lo que suceda con la peritación y los daños, hay un peligro grande: que toda una cultura, la de la autocaravana, la del turismo con la casa a cuestas, pase a mejor vida hasta nueva orden. «Ahora mismo lo damos por perdido» a la espera del milagro. Y aún que «estos vehículos se quedaron en su sitio. Pudo ser mucho peor».
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