Un bautizo para conmemorar otro, y muy ilustre, del año 1350

Una representación histórica acompaña el sacramento «real» del niño Adrián Vicente rememorando la vida de San Vicente Ferrer

El párroco, los padres y padrinos de Adrián, en el momento del bautizo.

El párroco, los padres y padrinos de Adrián, en el momento del bautizo.

Moisés Domínguez

Moisés Domínguez

Adrián Vicente Soucase Mena se convirtió en toda una atracción en el bautizo de San Vicente Ferrer, la procesión festiva que tiene lugar durante el 22 de enero y que siempre precisa de pedagogía para explicar que se trata de una representación del bautizo de Vicente Ferrer (el de los miracles, las alpargatas, el hábito blanco y negro y el dedo índice levantado) en 1350, que se produjo coincidiendo con el día de San Vicente Mártir, quien había vivido mil años antes y por quien le pusieron el nombre.

La tradición conserva en la Iglesia de San Esteban la pila en la que el santo valenciano recibió las aguas bautismales y lo que se organiza es un bautizo de verdad, recreado con personajes que, con algún que otro anacronismo y algún elemento readaptado, pudieron acompañar al cortejo, habida cuenta que el padre, Guillem Ferrer -el que tiene una calle en Tránsitos- era un hombre importante en la ciudad.

Se trata de una procesión de carácter festivo, con calesas desde las que se lanzan caramelos, los personajes y la carroza con el bebé -puede ser niño o niña- que consigue para la ocasión el altar de la Pila Bautismal. Una cabalgata que mucha gente «se encuentra», porque la animación en la calle era poca, pero se multiplicaba conforme pasaba el cortejo.

El pequeño, de siete meses, cautivó a todos durante el recorrido por el centro de la ciudad, que se lo pasó asomado por el carruaje y aún en la pila, para cumplir el rito, causó la hilaridad de todos al coger el micrófono y llevárselo a la boca. Estuvo además valiente al encuentro del agua y, de esta manera, pasó a formar parte de la comunidad cristiana.

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