Las trampas de la movilidad reducida en València
Desplazarse en silla de ruedas por las calles totalmente llanas de la capital del Turia es una experiencia amable, pero también mejorable. Aceras invadidas y levantadas por las raíces, puentes insalvables, patrimonio hostil... Lara Oltra, de la asociación Aspaym CV, rastrea los puntos negros de la accesibilidad

Una farola corta el paso de la handbike en la acera del Paseo de la Petxina / Fernando Bustamante

València es una ciudad accesible para las personas con movilidad reducida por la misma razón que lo es para batir récords de atletismo en asfalto. Las cuestas brillan por su ausencia. Ahora bien, su trazado amable, que viene de serie, precisa intervenciones de cirugía fina para eliminar los obstáculos que aparecen como pegotes de urbanismo y dificultan la circulación en silla de ruedas.
Un paseo distraído apenas desvela estas dificultades. No llaman la atención y tampoco están recogidos en ningún listado -hace 7 años la UPV lanzó la app Vadeo 2.0 con los puntos negros de la ciudad, pero el proyecto desapareció-. Hace falta enfrentarse con los mismos baches a diario para declararles la guerra. Lara Oltra vive en la zona de Marítim-Serrería, pertenece a la asociación Aspaym CV y sufre una paraplejia completa desde que, hace ocho años, una intervención quirúrgica le dejó una lesión medular. Lara conoce bien las trampas contra la accesibilidad y recopila algunas de ellas por si la administración tuviera a bien prestar atención.
Empieza por cuestiones generales. «València es llana y tiene mucho carril bici, así que podemos movernos de punta a punta quienes utilizamos handbike , un acople que permite a la silla alcanzar más velocidad. Pero hay cosas molestas. Por ejemplo, aunque han cambiado los contenedores y son accesibles, muchas veces los ponen a un metro de la acera y no llegamos a la palanca, así que toca tirar la basura en el suelo», introduce la valenciana de 38 años.

Alejar los contenedores de la acera complica su uso / Levante-EMV
En el centro histórico hay establecimientos que no cumplen la normativa de accesibilidad «y el ayuntamiento debería ponerse serio con las inspecciones», mientras que buena parte de los bares o restaurantes «siguen sin tener baños adaptados». También echa en falta un plan de inspecciones en los buses de la EMT: «Muchas veces la plataforma no funciona y te toca esperar al siguiente». Y algo parecido ocurre con el metro: «Una amiga tuvo que recorrer València entera porque no funcionaba ningún ascensor y no podía salir».
Sobre las calles y el pavimento, Lara explica -en rasgos generales, luego irá a lo concreto- que acostumbra a encontrarse con aceras estrechas en las que apenas cabe una silla y donde a mitad de trayecto plantan un árbol o una farola, con lo que resulta imposible avanzar. «Tienes que ir hacia atrás todo el recorrido o alguien te tiene que bajar a la calzada. Luego hay aceras anchas con árboles cuyo mal mantenimiento hace que las raíces levanten el suelo de la acera, provocando rampas que nos cuesta subir», añade. Pone algunos ejemplos: la calle Pintor Ferrandis tiene una farola en medio que impide el paso. En las calles Manuel de Falla y Pintor Ferrer Calatayud el pavimento está levantado. En el Paseo de la Petxina la acera que transcurre paralela al viejo cauce se estrecha e impide el paso de las sillas.

Acera levantada y en rampa en la calle Pintor Ferrer Calatayud / Levante-EMV
Este paseo linda con el perímetro de la ciudad antigua, cuyas puertas son puntos negros para la movilidad reducida. Tanto en las Torres de Serranos como en las de Quart hay elementos añadidos no patrimoniales ni con valor histórico como escalones, suelo resbaladizo, pilones y cadenas. Se trata de pasos peatonales muy frecuentados en los que la gente mayor y las personas con movilidad reducida han de rodear el edificio o necesitan ayuda para pasar.
Según denuncia Fer Mafé, de la asociación Valencia Camina, se producen muchas caídas y ninguna administración ha hecho nada para solucionar el problema, a diferencia de otros lugares como la Plaza de la Virgen o la Catedral que se eliminaron escalones y se colocaron un par de rampas accesibles a pesar de ser un entorno protegido.

Caída de una mujer en las Torres de Serranos / Levante-EMV
El barrio menos accesible, según Lara, probablemente sea Ciutat Vella por motivos obvios: el trazado irregular y las aglomeraciones en callejuelas estrechas. Normalmente la gente le cede el paso y es amable con ella, a veces hasta el extremo de la compasión: «No me gusta cuando me hablan con pena o cuando me dicen ay, con lo bonita que eres…», cuenta la valenciana, añadiendo una pincelada de experiencia personal: «Lo más frustrante de ir en silla de ruedas, más que no poder andar, es todo lo que hay detrás y no se ve, el esfuerzo que nos supone cada día desde que nos levantamos hasta que nos acostamos».
Más puntos negros, más esfuerzos. El puente de Soto Micó entre San Marcelino y La Torre, que comunica la ciudad con las pedanías del sur y las poblaciones arrasadas por la dana, no está adecuado para personas con movilidad reducida, y el bautizado como Puente de la Solidaridad discurre a varios centenares de metros de los puntos habituales de paso, lo que obliga a dar grandes rodeos precisamente a quienes más necesitan una movilidad más directa. La pasarela metálica de la Casa de l’Aigua, en el jardín del Turia, en ningún momento se contempló su grave problema de accesibilidad, siendo imposible el paso para personas con movilidad reducida. El Puente del Mar, pese a ser muy frecuentado, sigue sin estar adaptado y discrimina a las personas en función de sus capacidades físicas. «Un lugar adecuado para hacerse la pregunta de: ¿es compatible el patrimonio arquitectónico con la accesibilidad universal?», se pregunta Fer Mafé. Y en el lado opuesto se encuentra la pasarela Amparo Iturbi de Malilla, un caso de conquista vecinal. Dispone de rampa gracias a las movilizaciones de 2012.

Pasarela Amparo Iturbi antes de la rampa instalada en 2012 / Levante-EMV
La selva de las aceras
Volviendo a las aceras, de nuevo sin entrar en ejemplos concretos, cabría revisar su elevada ocupación o el uso abusivo que se hace de ellas, normalmente por inercia. En una acera de la ciudad cohabitan de manera irregular terrazas de bares que ocupan más espacio del que les corresponde, carteles anunciadores, sombrillas y veladores, motocicletas aparcadas, camiones de suministro, contenedores de basura, andamios, mobiliario urbano, bicicletas, patinetes y grandes grupos de turistas. No es sencillo atravesar semejante selva con una silla de ruedas.

Un contenedor invade la acera y restringe el paso / Levante-EMV
Finalmente, Lara incluye en su lista de deseos -pertenece a un colectivo sin demasiada visibilidad y aprovecha la exposición- tres peticiones: ganar espacio para las personas con discapacidad en los trenes de Metrovalencia. Trasladar las zonas habilitadas en cines y teatros: «Los cines nos ponen en primera fila y termina doliendo el cuello, en el teatro nos toca disfrutar de la obra en puntos con mala visibilidad o en cuesta». Y ampliar la temporada de playa y baño adaptado: «La pasarela se podría dejar durante todo el año, así tenemos el mismo derecho que todo el mundo a disfrutar del buen clima y los arenales de València».

Un farola interrumpe el paso a la altura del número 74 de la calle Sagunt / Levante-EMV
Reivindica derechos para una realidad sobrevenida, concretamente en la camilla de un quirófano. Ocho años después echa la vista atrás, ¿cómo fue la adaptación? "Cuesta mucho asimilar un cambio tan brusco, la sociedad no está adaptada a la silla de ruedas. Cuando sales del Hospital eres una persona totalmente dependiente y necesitas ayuda para todo lo que hacías sola, te sientes muy impotente. Ves problemas y barreras arquitectónicas por todas partes, pero con el tiempo te acostumbras y aprendes a encontrar alternativas".
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