Viaje al infierno de los alquileres baratos en València

Los pisos de menos de 800 euros atraviesan los portales inmobiliarios como estrellas fugaces. Quien tiene suerte de avistarlos y citarse con sus intermediarios, descubre un mercado copado por viviendas que ni siquiera reúnen los 36 metros de superficie útil exigidos por la ley. Imposible dar con algo parecido a un hogar.

Minipiso en la calle Embajador Vich

Minipiso en la calle Embajador Vich / Levante-EMV

Claudio Moreno

Claudio Moreno

València

Sirva esta primera línea para impugnar el titular: no existen alquileres baratos en València. Una búsqueda rápida en portales inmobiliarios filtrando por un precio máximo de 800 euros arroja una docena de pisos disponibles. Solo tres cuando el tope se sitúa en los 700 euros. Y uno por debajo de los 600, que es algo menos de la mitad del salario medio neto de un valenciano. Por ponerlo en perspectiva, en febrero de 2015 un piso de 90 metros en el distrito de l’Olivereta, a priori poco atractivo en términos de inversión, se arrendaba por 450 euros; hoy cuesta 1.200 euros. ¿Dónde está el techo de los alquileres?

Se sabe dónde está el suelo, concentrado en la horquilla entre los 600 y los 750 euros. Es la oferta más asequible. Probablemente también la más volátil y hostil. Lo primero que llama la atención es la ausencia de algunos propietarios al otro lado de sus anuncios. Dicen que no cogen llamadas porque los candidatos colapsan sus teléfonos, pero tampoco contestan a los mensajes en los portales inmobiliarios. En la práctica no existen. Y algo de ausencia hay también en aquellos que envían al candidato un formulario digno de Infojobs para terminar descartándole por su perfil, imponiendo el mismo desdén en la búsqueda de techo o salario. 

Luego están quienes sí cogen el teléfono. Quienes sí citan. Una mujer limpia el portal de un edificio residencial en la calle Industria (Aiora) cuando llega la visita. "¿Vienes a ver el piso? Acaban de reformarlo, si te gusta lo estrenas", dice optimista, seguramente ajena al propósito de la reforma. En una tercera planta sin ascensor, otra mujer abre la puerta de una vivienda de 90 metros. Está barriendo el suelo pero no es quien ofrece el inmueble en internet. «A. ha tenido una urgencia; cualquier cosa le preguntas a ella». El domicilio tiene cuatro habitaciones, todas con el típico cajetín de llaves usado en Airbnb. Una de ellas es un mini-estudio de 20 metros2. Es el alquiler ‘barato’ que aparece en el portal inmobiliario. 620 euros por una estancia independiente con sofá-cama, cocina y baño dentro de un piso compartido. Un apartamentito dentro de un apartamento. Una matrioska.

Vivienda en Aiora con cajetines de llaves en el marco de cada habitación

Vivienda en Aiora con cajetines de llaves en el marco de cada habitación / Levante-EMV

Detrás de esta vivienda está una startup especializada en la "tokenización inmobiliaria". En lugar de tratar la casa como un activo indivisible, esta se divide en unidades más pequeñas conocidas como «tokens», de modo que cualquier persona puede descargarse la app de la startup, elegir el inmueble y comprar tokens por un mínimo de 100 euros. Luego, en el plano analógico, bajo la densa capa de neologismos sigue habiendo un piso de alquiler en un barrio obrero de València. "El contrato es de 11 meses y si todo va bien volvemos a firmar uno nuevo de 11 meses. No hacemos contrato de larga duración por evitar la okupación", dice A. a través de un chat.  

Continúa la búsqueda. En los últimos días ha aparecido un unicornio en los portales inmobiliarios. Un alquiler por 595 euros en València. La estancia es claustrofóbica y el anuncio parece telegrafiado: "Segundo sin ascensor. Interior. Alquiler de larga duración. No se admiten mascotas. Disponible a partir del 1 abril". Su propietario afirma ser un particular que podrá enseñar el inmueble en los próximos días, pero no tiene problemas en enviar un vídeo por Whatsapp. Aclara que el "estudio para una persona » cuesta 595+65€ con luz, agua e internet. También explica que "los gastos son así porque se comparten con otro estudio". 

E. sigue hablando: "Si cuesta 200€ menos que lo más barato de Valencia es por algo y además el barrio es Orriols". En efecto, su estudio de 25 metros2 está situado en la calle Daroca, la llamada ‘zona cero’ del barrio (la zona cero de la violencia, concretamente). El casero se solidariza con el potencial inquilino, dice que "es complicado ahora", pero que la crisis de la vivienda no es cosa suya: "Llevo 3 meses sin cobrar el alquiler y menos mal que la mujer se va a ir. Y tengo otro que tampoco se va y me debe 2.000€. El problema no somos los particulares que arriesgamos nuestro dinero. Los políticos deben aplicar leyes que defiendan al propietario y así habría más pisos en alquiler y con la oferta bajarían los precios. Entiendo el enfado de la gente, pero lo están pagando con el culpable equivocado", sentencia. La conversación termina cuando se le pregunta cuántos estudios tiene.

Piso de alquiler en la calle Daroca de Orriols

Piso de alquiler en la calle Daroca de Orriols / Levante-EMV

Pensar en los alquileres más baratos de València puede llevar a equívoco. Es lógico imaginarse un piso viejo, sucio, devastado. No es el caso. La oferta inferior a 750 euros suele ser de habitaciones reformadas y convertidas en minipisos. Sin luz natural ni oxígeno. La primera impresión estética no es tan mala, pero hay que verse ahí un domingo por la tarde. Es un infierno pulcro. En la calle Embajador Vich -céntrica, zona noble- la trabajadora de una inmobiliaria enseña un estudio de 28 metros2. Explica que el ala este de esta segunda planta era en origen una vivienda de más de 300 metros cuadrados dividida por una sociedad mercantil en múltiples apartamentos. De una casa han sacado cinco. La comercial se sincera con el posible inquilino. 

"El tema inmobiliario está surrealista. Esto parece una habitación de hotel, lo sé. València está imposible en alquiler y venta. Además no va a bajar, porque en Madrid no han bajado y en Barcelona tampoco. Las ciudades con turistas están igual. Pasa porque viene gente de fuera con mayor poder adquisitivo que nosotros. A un belga le pides 2.500 euros por un piso y se ríe, te dice qué barato. Vienen a teletrabajar con 5.000 euros y viven como reyes", reflexiona. 

"La cosa es que un piso como este siempre hay alguien que lo paga. Está viniendo mucha gente a verlo, tenemos cola", asegura. ¿Pese a ser un zulo? "Es triste, pero sí. Además los inquilinos pasan un filtro y se descarta a mucha gente. A las familias no se les enseña porque no pueden vivir aquí con un niño, sería infrahumano y la sociedad propietaria no podría echarles si dejan de pagar porque son vulnerables". Antes de despedirse, la trabajadora añade que para entrar a vivir se piden 700 euros, dos meses de fianza y la mitad de la mensualidad para la inmobiliaria, comisión prohibida por la Ley de Vivienda desde 2023. Finalmente, preguntada si, vista la deriva de precios, las inmobiliarias apelan a la prudencia de los caseros, responde: "Nadie lo hace. Este piso estaba más barato y lo han subido".

Nadie lo hace, pero todos lo ven. Que el mercado del alquiler en València es un casino. Que los inversores están recortando las condiciones mínimas de habitabilidad. Que el fantasma de la okupación ofrece la coartada perfecta para saquear al inquilino. Que el derecho a la vivienda tiene tirón como eslogan político y cultural, pero poco más.  

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