Los realojados de la dana: "Estamos agradecidos y un poco desubicados"
Hay todavía 21 familias de València en pisos de Moreras y Sociópolis cedidos durante seis meses aunque el ayuntamiento permitirá una prórroga mientras tratan de reparar sus hogares dañados por la riada

J.M. López

La barrancada del 29-O fue un punto y aparte descomunal en la vida de muchas familias que todavía hoy siguen luchando para recuperar la normalidad material y emocional. Las pedanías de La Torre, Forn d’Alcedo y Castellar l’Oliveral se vieron afectadas por el desbordamiento del Poyo a su paso por Paiporta. En el término municipal de València hubo 17 víctimas mortales y cientos de viviendas destrozadas por el tsunami de lodo. Seis meses más tarde, 21 familias de València continúan realojadas en pisos cedidos temporalmente por el ayuntamiento a través de Aumsa.
La mayoría de ellas son de La Torre, el barrio más golpeado, y casi todas están repartidas entre un edificio de la Avenida de las Moreras y una torre de Sociópolis. Los primeros realojos se concedieron en diciembre con un contrato de seis meses prorrogable a otros seis. Algunos están cerca de concluir y el ayuntamiento explica que no habrá problema en prorrogar. Cada familia cuenta una historia diferente, pero todas confluyen en la supervivencia y el miedo. La dana es una pesadilla lejana que no pierde nitidez. La recuerdan como si fuera ayer.
«Yo bajé a por el coche. En el garaje ya había unos cuantos vecinos. En cuanto vi subir el agua dejé allí el coche, me metí en el ascensor, giré la llave y pensé, qué hago aquí. Podía haberme quedado atrapado. Subí blanco», rememora Rubén desde su piso de realojo en las Moreras. En el garaje del que habla perdieron la vida siete personas. «Mi hija y yo pensábamos que Rubén estaba de broma», recuerda su mujer Laura, «pero nos asomamos al balcón y vimos la riada. Entonces cogimos algunas cosas del bajo, subimos a la planta de arriba y pusimos una vela en mitad de las escaleras. El agua trepó nueve escalones».
Su bajo quedo arrasado y la familia de cuatro miembros estuvo tres meses viviendo en el salón de la planta de arriba, durmiendo en colchones mohosos. Bajando a ducharse sin puerta ni cortina. «Pasamos allí las navidades. Mi hijo es propenso a coger neumonías y se puso malo. Hasta que vinieron los técnicos del ayuntamiento y nos dijeron que allí no podíamos vivir». Firmaron el realojo en enero y se mismo día se mudaron a la vivivienda de Amusa. La primera ducha supo a gloria. Por fin descansaron en sábanas secas. «Le hemos cogido cariño al piso», confiesa Laura, «pero queremos volver a nuestra casa».

Laura, Rubén, sus hijos y el perro posan para Levante-EMV en su piso de realojo / JM López
Para ello han invertido 5.000 euros en picar paredes que descontarán de los 12.000 euros recibidos por el Consorcio de Compensación de Seguros por continente y contenido. Claramente han perdido dinero como buena parte de las familias que habitaban barrios humildes y ya vivían sin grandes caprichos.
Miedo a la lluvia y estrés postraumático
Laura y Rubén cuentan que reviven la tragedia cada vez que regresan a su pedanía y que evitan volver cuando el cielo amenaza lluvia. El estrés postraumático tardará tiempo en irse y las imágenes de aquel día quizás no lo hagan nunca. «Esto no se olvida. Además de la riada, me impactó ver a una familia llorando y velando a sus fallecidos en la esquina del garaje y a pocos metros, con la policía presente, un grupo de gente saqueando el Consum».
En la misma planta del edificio de realojo de las Moreras viven Rafa y Paqui con una angustia compartida, el contrato de Aumsa se acerca a su fin y las obras en sus domicilios van para largo -aunque como ya se ha dicho, el ayuntamiento no pretende obstaculizar la prórroga-. Los recuerdos de aquel día se agolpan y ambos lloran de la emoción mientras su hija hace los deberes en la habitación. Siguen en shock. «Yo le debo mi vida a un tornillo», dice él. «En el asa de la puerta se partió el tornillo de abajo y se quedó sujeto el de arriba. Yo me quedé enganchado ahí porque la fuerza del agua se me llevaba. Fue un momento muy angustioso. No lo he superado. Aún me despierto por las noches».

Rafa, Paqui y la pequeña de la casa en el realojo de las Moreras / JM López
Esta familia también de La Torre llegó en enero a Moreras y tiene contrato hasta julio. Dicen que no quieren volver a la pedanía, si acaso rehabilitar su casa, alquilarla e irse al norte de España a una vivienda en altura porque en València, lamentan, es imposible comprarse un piso. «En el realojo nos sentimos agradecidos con el Aumsa y un poco desubicados por toda la situación, también porque se nos acaba el contrato pronto y no sabemos qué pasará», dicen sobre una emoción, la mezcla de gratitud e incertidumbre, que comparten con Laura y Rubén. Entre otras cosas porque este año no ha parado de llover y al otro lado del nuevo cauce sus casas siguen supurando humedad.
Y luego están quienes no tienen adonde volver. Algunas familias tuvieron que dejar definitivamente las viviendas donde residían de alquiler o «de prestado» antes de la dana y ahora necesitan encontrar alternativa en un mercado inmobiliario desbocado. Es el caso de Pamela y su marido, con tres niños pequeños a su cargo, ingresos escasos y una incertidumbre aún mayor. Ellos están en un piso del ayuntamiento en una torre de Sociópolis y, como el resto de núcleos familiares vulnerables, tienen seguimiento de Servicios Sociales.

Pamela en el piso de realojo de Sociópolis / Levante-EMV
«Nosotros íbamos de casa en casa cuando pasó la dana y una vez entramos en este piso de realojo mis hijos han dado un gran cambio en el cole. Ahora tienen estabilidad y están muy felices. Pero tenemos miedo porque si nos tiran de aquí, ¿a dónde vamos? Las inmobiliarias no nos dan un alquiler y llevamos muchos años apuntados a la lista de alquileres sociales sin conseguir nada», relata la vecina de La Torre, sin más plan en mente que seguir sobreviviendo día a día.
"Nos han sugerido que vayamos a repoblar"
Eduardo, su mujer y sus dos hijos vivían de alquiler en un piso de La Torre cuando una avenida de agua superior a 10 veces el caudal del Ebro destrozó el sur de València y puso sus vidas del revés. El casero les dijo que quería recuperar la vivienda para un familiar y ellos fueron realojados en un piso de Sociópolis. Tras perder su trabajo por no tener permiso de residencia, una vez regularizada su situación en el país, Eduardo realiza cursos de inserción laboral y busca ingresos urgentemente para salir adelante en vistas de que el horizonte vital de su familia podría complicarse en los próximos meses.

Eduardo y su familia en el piso de Sociópolis / Levante-EMV
«Desde una asociación que trabaja con el ayuntamiento nos están haciendo seguimiento y en una de las visitas nos dieron un dossier en el que sugieren que nos vayamos a repoblar pueblos del interior. En las primeras páginas hay anuncios de inmobiliarias en València que aparentemente ofertan alquileres asequibles pero luego llamas y resulta ser una subasta. Le darán el piso al que más pague», relata Eduardo. En los siguientes folios se habla sobre la despoblación rural y se explica que existen plataformas y entidades cuyo propósito es impulsar la repoblación en las áreas rurales. A continuación aparece una descripción de las singularidades y las posibles oportunidades laborales en Enguera (València), Castellnovo (Castellón) y Alpuente (València). También se aportan los teléfonos de los respectivos ayuntamientos y sus necesidades.
«Nos sentimos muy presionados. ¿Cómo les decimos a los niños que tenemos sacarlos del colegio y mudarnos sin saber ni siquiera a dónde? Estamos buscando otro piso en La Torre, pero los alquileres ya están a más de 1.000 euros y es imposible pagar algo así», lamenta el vecino de origen colombiano con evidente malestar. A su contrato de cesión le quedan varios meses de vigencia y Eduardo espera poder prorrogarlo, pero sobre todo espera poder optar a un alquiler social, uso para el que fue concebida esta vivienda adquirida por el ayuntamiento.
Seis meses después cientos de personas siguen intentando juntar los fragmentos de sus vidas. Reparar las grietas que continúan apareciendo. Figurada y literalmente. El jueves hubo que desalojar un edificio en Castellar l’Oliveral y realojar a cuatro familias en Moreras porque el inmueble estaba en riesgo de derrumbe. Llevaba tiempo al borde del colapso pero la barrancada le dio la puntilla. Esa es la magnitud del baño postdana: el ciclo de los realojos tiende al infinito.
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