València se blinda, celebra y permite las hogueras del exceso
La fachada marítima acoge a miles de personas, aparentemente menos que el año pasado, para una fiesta que Alicante ya ha prohibido

La noche de San Juan en València, en imágenes / Ana de los Ángeles

A mitad camino entre el picnic, el botellón, la acampada cutre, la tradición de pasar la noche a la fresca -que quiere ser Patrimonio de la Humanidad- y el exceso en plenitud, las arenas de València se transformaron en una inmensa fiesta popular, a la vez que en un inmenso estercolero que, en uno de esos milagros ciudadanos, casi no deja señales a primera hora del martes, cuando los primeros bañistas hacen acto de presencia y acuden a unas playas que, si no hay imprevistos, estarán exactamente igual que cualquier otro día, ajenos a la locura de las horas previas.
Para ello habrán trabajado a destajo los servicios de limpieza. Primero, a mano, para evitar -y no es una tontería- que las máquinas atropellen a alguien que esté durmiendo la mona envuelto en arena, que los hay.
Es la consecuencia final de una cabalgata de lo transmundano, una versión avanzada de las gentes de cien mil raleas con las que describía Serrat su noche de San Juan, pero sin repartir pan, tortilla ni gabán. Aquí cada uno se trae lo suyo con su grupo de amigos para convertir su estómago en un pudding de embutido, cheetos, fanta y alcohol.
San Juan sirve para evadirse, para celebrar un cumpleaños o una despedida de soltero o soltera. Sol de València embotellado y un motivo para pasarlo bien. Y con músicas de todas las latitudes a través de los respectivos "loros".
Entre la vorágine de ida y vuelta todavía había runners y ciclistas en lugar equivocado. Y alrededor, un mercadillo de agua y mazorcas, papeleras, urinarios y chiringuitos playeros que hicieron su agosto avanzado.
Será la mañana, eso sí, en la que trabajarán también a destajo los buscadores de metales y chatarrilla varia que, con detectores, se sacan el jornal en cualquiera de las playas en cualquiera de las jornadas de verano. Pero con tanta gente y tanto descontrol, la posibilidad de encontrar algo que llevarse a la billetera es mayor.
"La ciudad disfruta y..."
En Alicante, cuna sanjuanera donde las haya, han dicho de golpe y porrazo que se acabaron las hogueras en la playa. Y que quien lo intente, le pueden caer mil quinientos euros. El alcalde Barcala se ha quedado tan fresco y quizá esto ha pillado por sorpresa a sus colegas de València, que tenían asumido convocar una fiesta que no les gusta, que obliga a movilizar a numerosos agentes de policía -Local con la ayuda de la Nacional- y a numerosos servicios municipales para llevar la leña, recoger las vallas donde se deja la leña y limpiar a destajo. "Bueno, la ciudad disfruta con estas hogueras, lo que debemos nosotros es procurar un adecuado control. Garantizar la seguridad de todos. Esto se ha convertido en una tradición y lo que tenemos que hacer es hacer lo posible para que no haya problemas" aseguraba el concejal de Seguridad Ciudadana, Jesús Carbonell.
Quizá menos gente
Había un vivo interés por el poder de convocatoria. Porque el año pasado la fiesta fue en domingo y se remataba en lunes, donde no pocos hacían puente haciendo valer esa cosa rara del festivo recuperable. "La sensación es que hay menos gente que el año pasado" reconocía el edil. Y no ya por una sensación visual, sino "por las cifras que estamos recibiendo de los autobuses". Sin embargo, es verdad que, por esa disposición del calendario, con las primeras sombras seguían acercándose hogueristas.
Decomisos de leña "impura"
Si la Policía Local tuviera que aplicar las normativas a rajatabla, debería triplicar el número de agentes y asumir el conflicto: está prohibido entrar leña que no sea la que suministra el propio ayuntamiento. Porque cualquier otra puede tener clavos, foco de tétanos para los bañistas del mañana. A quien pillaban, se quedaba sin fogata y se lanzaba su combustible a grandes contenedores. Troncos, algún palé y bolsas de carbón. Para entonces, las gasolineras ya habían hecho el negocio, lo mismo que los vendedores ambulantes de ramas y troncos. Otros, directamente, recurrían a tableros de estantería, en el máximo de desesperacion, a hojas de las palmeras del Paseo Marítimo o, aún peor, las hojas verdes de las mazorcas.
Atasco general de tráfico
Es toda una prueba para las instituciones ciudadanas y estatales. No hay duda de que la sensación es de blindaje porque cada pocos pasos había un agente, pero todos sabían, saben, que el temor es mayor conforme avanza la noche. "Es una fiesta segura, o por lo menos intentamos que lo sea. Yo para llegar aquí me ha parado la policía local en cinco ocasiones". Las playas se blindaron y el acceso también. La avenida del Puerto y el resto de accesos y circunvalaciones se atascaron, pero la gente estaba avisada. Y la que no, aguantó estoicamente el embotellamiento.
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