Un año de la dana
Vlad, superviviente de la 'ratonera' de La Torre: "Los vecinos aún tienen miedo de bajar a este garaje"
Este comercial de 32 años consiguió escapar 'in extremis' del aparcamiento después de que su mujer le llamara trece veces. En ningún momento fue consciente de que se estaba jugando la vida allí abajo, ni siquiera cuando recibió el aviso de Protección Civil. La dana se cobró en este garaje subterráneo la vida de siete personas

Miguel Angel Montesinos
La dana del 29 de octubre obligó a revisar muchas cosas, también el plan de inundaciones de València. La Torre no estaba cartografiada en el Patricova -y en dicho plan- como zona potencialmente inundable, pero el 29 de octubre de 2024 una lengua de agua se marcó un recto en el barranco del Poyo a la altura de Paiporta, continuó avanzando por la carretera de Alba, anegó la pedanía del sur y topó con las vías ferroviarias en paralelo a la Avenida Europa, multiplicando el efecto destructivo de la inundación en la zona este del núcleo urbano. Nadie la vio venir.
En la intersección entre las calles Mariano Brull y Giménez y Costa, en el garaje subterráneo más grande de La Torre, con dos plantas y 75 plazas para los residentes de cinco patios, el agua empezó a entrar tímidamente: primero cubrió un palmo de suelo y los vecinos no le dieron especial importancia. Algunos habían acudido para subir sus coches al primer sótano o sacarlos del garaje y ponerlos en un lugar más elevado. Allí abajo recibieron a las 20.11 horas la primera alerta de Protección Civil informando a los ciudadanos de que evitaran cualquier tipo de desplazamiento en la provincia de Valencia «como medida preventiva por las fuertes lluvias» (sin explicar advertir del desbordamiento del barranco).
«Cuando nos llegó el aviso no le dimos mayor importancia, nos quedamos hablando de otras cosas. Nunca habíamos recibido algo así y no supimos cómo actuar». Vlad Vacar fue el último vecino en salir con vida del garaje convertido en trampa mortal. Cuando llegó del trabajo cogió las llaves del coche y fue a por él para sacarlo del garaje. De camino hacia el vehículo se quedó hablando con un matrimonio, cosas que no recuerda, frivolidades, algunas risas, probablemente mencionaron el tiempo. En La Torre no había caído una sola gota. «Empezó a entrar algo de agua por la puerta del garaje. Uno de los vecinos intentó sacar su coche pero el mando ya no abría, así que lo dejó al principio de la rampa», rememora. «Yo estaba hablando tranquilamente y entonces me llamó mi mujer. Estaba nerviosísima. ¡Sal de ahí!, me gritaba. ¡Sal de ahí, sal de ahí!, insistía sin darme más información. Tenía 13 llamadas de ella».

El garaje, en plena reparación / Miguel Ángel Montesinos
Su mujer Natalia, asomada al balcón, vio un tsunami arramblando con todo en la calle Mariano Brull. Como Vad no cogía el teléfono salió corriendo y llamó al ascensor de su patio, que bajaba directo al garaje. En ese momento todavía funcionaba, pero en el último instante pensó en salvar al bebé. «Una semana antes nos dijeron que Natalia estaba embarazada, y de hecho durante la riada temimos haberlo perdido por el ataque de pánico que sufrió», continúa relatando Vlad.
Tras despedirse de sus vecinos, el joven de La Torre subió por una de las escalerillas que conducen a la calle y entonces descubrió, contrariamente a lo que había pensado, que su mujer estaba lejos de exagerar. El agua en la calle ya le llegaba por la cintura y tuvo que nadar hasta su portal. «Nosotros vivimos en un primero, llegamos a temer que se nos inundara el piso», recuerda. «Fuera había dos señores mayores. Un hombre se lanzó a por ellos y desde los balcones les lanzamos una cuerda. Consiguieron salvarse», narra el joven de 32 años.
En el garaje no tuvieron tanta suerte. «Papá, esto está muy jodido», le confesó Rubén Lima a su padre, policía al igual que él, al ser consciente de que no iba a poder salir del parking hasta que no cesara la corriente de agua que había en el exterior. Se encontraba junto a otras cinco personas, tres vecinos de su finca y Gaby y Alexandra -acompañados de su hija- la pareja de origen rumano con la que estuvo hablando Vlad hasta la llamada número 13 de su mujer.

El garaje durante su reparación / Miguel Ángel Montesinos
Tuberías rotas y paredes desplomadas
A las 20.21 horas Rubén le mandó a su padre el primer mensaje: «Bajo al garaje que esto se está inundando, a ver donde dejo el coche y la moto». Diez minutos después le mandó un nuevo mensaje cuando intentaba salir por las escaleras: «Aquí hay un metro de agua». Padre e hijo hablaban por teléfono cuando Rubén se dio cuenta de que no podía salir a la calle porque las dos salidas peatonales del parking estaban obstruidas por el agua y los ascensores no tenían servicio al haberse ido la luz. «Estamos atrapados, mándame a los bomberos», fue lo último que le pidió. A las 20. 44 horas, Julio recibió el último mensaje de su hijo, donde le confirmaba que seguía en el garaje. Cuando su padre volvió a intentar contactar con él ya no contestó. La tromba de agua inundó el aparcamiento con seis personas dentro y también arrastró al interior a una vecina de 61 años que acababa de salir de casa de su hermano. En total perdieron la vida siete personas.
Los días posteriores estuvieron trabajando los buzos de la Guardia Civil, que se apoyaron de cuatro bombas de achique conectadas las 24 horas del día durante más de una semana. Las tuberías estaban reventadas y las paredes desplomadas. Las bajantes de los patios, también rotas, vertían en el garaje. Los vecinos tuvieron que sacar todos sus enseres de los trasteros ataviados con EPIs. «Allí parecía que había caído una bomba», resume Vlad. La administradora de la comunidad logró que Acciona limpiara gratis el aparcamiento y Aguas de Valencia también arrimó el hombro para reponer las tuberías, primer paso hacia la rehabilitación de un equipamiento que a priori parecía completamente perdido.

El acceso a las escaleras del garaje, tras los primeros días / Levante-EMV
Abuso de algunas empresas
«El dinero del consorcio tardó en llegar y el mayor problema ha sido que las empresas, en vez de ayudar, en muchos casos se han aprovechado de la situación. Me parece que han sido poco empáticas. Nos decían que nos ponían en cola si pagábamos por adelantado y dándonos el presupuesto que ellos consideraban», narra Vlad. «Para reconstruir la cochera nos han pedido casi medio millón de euros. Me parece una barbaridad. Por cada ascensor nos piden más de 50.000 euros cuando antes la reparación costaba unos 20.000 euros.», lamenta.
Y si la reforma del garaje está siendo difícil, la reconstrucción emocional resulta mucho más compleja. «Cuando nos enteramos al día siguiente de que había fallecidos fue un shock para toda la comunidad. La pareja con la que yo estuve hablando dejó la luz del salón encendida y durante semanas la veías por las noches, te daba un vuelco el corazón. Al principio intentabas estar pendiente de los familiares de las víctimas, hubo más unión entre vecinos, ponías cara y nombre a gente que no conocías, también porque te los encontrabas en el banco de alimentos o aparcando fuera en la calle. Hablábamos mucho y la gente te preguntaba cómo estabas. En la desgracia haces piña, pero conforme pasa el tiempo el ser humano se adapta a las circunstancias y avanzas, pasas página porque no te queda de otra. Obviamente todos tenemos presente lo que pasó aquel día, pero ahora mismo solo hablamos de cuestiones prácticas como la reparación del aparcamiento».

Vlad, dentro del garaje subterráneo de 75 plazas / Miguel Ángel Montesinos
Reconstrucción sin cambios
Dicha reparación ha entrado en la fase final y, aunque todavía se percibe mucha humedad, especialmente en el segundo sótano, la previsión es que pueda reabrir a finales de noviembre. Los ascensores tardarán más y se espera que estén en funcionamiento a partir de 2026. Tras el suceso el padre de una víctima mortal vio el garaje como una «ratonera mortal sin salida» y criticó la falta de acceso peatonal desde el aparcamiento a los pisos, pero la reconstrucción mantendrá los mismos elementos que antaño, pues las ordenanzas municipales y el Código Técnico de la Edificación establece que los garajes deben tener salidas peatonales, pero es a criterio del promotor establecer si dichas salidas dan a la calle o la propia finca. Ninguna norma obliga a plantear escapes alternativos frente a posibles inundaciones, y de momento todo lo que se ha hecho ha sido reconstruir considerando el encarecimiento de los materiales, la escasez de mano de obra y la estrechez económica de los interesados.

El garaje de La Torre con la marca de la altura a la que llegó el agua / Levante-EMV
Una vez concluido llegará el siguiente paso: enfrentarse al trauma. «Algunos vecinos dicen que no quieren bajar al garaje. Mi mujer también dice que no piensa bajar. La gente tiene miedo. No quieren venir porque tienen el recuerdo de lo que pasaron aquel día y piensan en las víctimas y los coches flotando», dice Vlad desde dentro de un aparcamiento con olor a pintura e iluminado a través de focos provisionales, con el ruido de cinco obreros trabajando en los trasteros y el pavimento. Dejar o no el coche bajo techo es, en todo caso, una preocupación menor comparada con la odisea que desde hace un año afrontan una veintena de familias de La Torre, aún realojadas por no haber podido recuperar sus viviendas.
"Un renacer"
«Para mí ha sido como un renacer. Ese día el impulso fue sacar el coche y a veces pienso: somos tan pobres que intentas salvar lo único material que tienes sin darle valor a la vida. Fue un milagro que pudiera salir del garaje y que mi mujer no bajara en el ascensor. Justo una semana antes de la dana nos enteramos de que íbamos a ser padres y ahora estoy encantado de la vida con mi niña Natalia. Lo veo todo de otra manera», reflexiona con una sonrisa y la piel de gallina, aunque también guarda un poso de amargura cuando habla de la gestión política: «En cualquier trabajo nos hubiesen echado al día siguiente si hubiésemos demostrado la misma incompetencia», sentencia este antiguo comercial, ahora dueño de su propia empresa de urinarios japoneses.
En la misma semana, la Delegada del Gobierno ha adelantado un plan para evitar que las vías del tren de La Torre agraven futuras inundaciones, y la Policía Local ha condecorado a título póstumo a su compañero Rubén Lima -su padre recibió con visible emoción la Medalla con Distintivo Rojo-. Prevención y reparación para una pedanía que, si todavía hoy habla de lo sucedido aquel 29 de octubre, es porque la herida aún necesita sanar.
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