El cuerpo de "Luisito" va camino del osario
El nicho del entrañable sintecho de las Torres de Quart está a punto de ser vaciado tras rebasarse el plazo de cinco años que se concede a los entierros de Beneficencia y sin que nadie lo reclame

El nicho de Luis Ana, en primer término, con algunas flores, en el sector dedicado a los entierros que costea el Ayuntamiento / Moisés Domínguez / D

El año 2020 amaneció en València con un episodio que alteró y conmovió el relato ciudadano. Iban a pasar muchas cosas tres meses después, pero el 3 de enero, la comunidad que vive, transita o pernocta en los alrededores de las Torres de Quart se enteraron de la muerte de su vecino más popular. Vecino sin tener casa. Se habían encontrado a Luis Ana, "Luisito", muerto en el banco donde pernoctaba desde hacía veinte años. Quizá cansado de vivir, quizá empujado por la enfermedad pulmonar que le había generado su excesivo consumo de tabaco.
Lejos de ser uno de esos mendigos que, ocasionalmente, encuentran la muerte sin que nadie muestre más que indiferencia por el desconocido, Luis era uno más de la familia. De vecinos, comerciantes o estudiantes que, sin conocerse mucho entre sí, forman parte del ecosistema. Se habían acostumbrado a su presencia y a compartir con ellos el día a día y su bonhomía, de la que no había renegado a pesar de la miseria. Las flores llenaron durante unos días el banco en el que habitaba.
Y no se diluyó rápidamente. Veinte días después, tras pasar el tiempo en el Anatómico Forense y después de que nadie se hiciera cargo de su cuerpo -a pesar de que se sabía que tenía familia y que era originario de Ondara- un grupo de ellos acudió, una fría mañana, al entierro de Beneficencia. Allí estaba su gente: el médico que le atendía, Vivi la del bar de enfrente, vecinas y alumnos de sus enseñanzas vitales que escuchaban y ayudaban. Leyeron poesías y depositaron junto al sencillo ataúd un libro, "Los Nadies" de Eduardo Galdeano, un ramo de margaritas, un paquete de cigarrillos y una lata de cerveza. Al año siguiente se programó una exposición con fotografías realizadas, entre otros, por el propio Luisito, un experimento de Paco Sanz que les proporcionó cámaras para mostrar su realidad cotidiana.

Entierro de Luis Ana, en enero de 2020, rodeado de amigos / Germán Caballero
Entierro y cinco años de dignidad
El Ayuntamiento cambió su política hace años con los cuerpos de fallecidos sin identificar, sin reclamar o sin recursos económicos y proporciona en la muerte un acto de dignidad, corriendo con los gastos de un sencillo ataúd y una sepultura para poder ser visitado durante los siguientes cinco años, en lugar de mandarlo directamente a una fosa común. Los hay que reciben visitas. A veces se pegan rudimentarias fotos en papel de folio, se graban mensajes con rotulador y se depositan algunas flores. Son los nichos blancos, el color del pladur y el cemento que los tapa y pueden verse en dos bloques que hay en otras tantas zonas del camposanto. No hay lápidas. Tan solo las placas de la funeraria que se ha hecho cargo, con el nombre del finado. Se aprecian numerosos nombres de procedencia foránea.
Esos nichos tienen su punto Halifax, allá donde se enterraron los cuerpos no identificados del Titanic. "Desconocido", "Desconocido varón 1", "Feto de..." pueden leerse en las placas doradas.
Recibió visitas
Luis Ana, Luisito, recibió visitas. Aún se aprecian flores artificiales en un aceptable estado. Pero ahora está a punto de marchar de su, quizá, última morada. Porque esos nichos de Beneficencia son un margen de gracia de esos cinco años o lo que tarde la rotación. Con precisión cronológica se aprecia cómo van apareciendo enterramientos cada vez más recientes y esto que ya han pasado más de esos cinco años desde su entierro (casi seis), pero su exhumación se acerca inexorablemente. Puede tardar, de acuerdo con el promedio, entre uno y dos meses. Tres a más tardar. Este año será el último Todos los Santos en el que podrá ser visitado en el bloque de la Sección 20 en el que todavía mora.
¿Qué pasará ahora con Luisito? Desde el Servicio lo explican: el cuerpo, sí o sí, tiene que ser exhumado porque son tumbas provisionales. A partir de ahí, sus restos serán llevados al osario. Envueltos en una bolsa especial. A partir de ahí, Luis Ana permanecerá viendo pasar los años y las décadas junto con otros compañeros de desventura.
O quizá no: los restos quedan identificados con una etiqueta y no habiéndose hecho cargo nadie de su cuerpo en el entierro, cualquiera puede adquirir un nicho y proceder a su inhumación. También podría hacerlo la familia. Costaría cerca de 275 euros para cinco años más. Algo más de 700 para garantizarle el descanso durante 20 años. Y quinientos, euro arriba, euro abajo, si se incineran los restos y se incorporan a un columbario para tener un memorial los próximos 50 años. Porque el cuerpo también se somete a las tasas y arbitrios, pero el recuerdo es, para algunas personas, como los amigos de Luisito, eterno.
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