La contaminación lumínica provoca daños en las especies silvestres y en el propio ser humano, al alterar su reloj biológico interno. El exceso de luz es uno de los factores que favorece el virus del Nilo

España es uno de los países de la Unión Europea que más luz emite hacia el cielo nocturno. Se trata de una iluminación absurda, puesto que no hay nada que alumbrar allá arriba. Y, sin embargo, todo ese flujo de luz está ‘borrando’ las estrellas. Los astrónomos advierten de que, por ejemplo, cada vez hay menos lugares desde donde poder contemplar la Vía Láctea, puesto que para ello se necesita un fondo totalmente oscuro sobre el cual contraste esa franja luminosa. La contaminación lumínica complica cada vez más los estudios astronómicos y la divulgación científica en esta materia.

Alicante, Valencia, Barcelona, Madrid, Sevilla y todas las grandes ciudades (pero también las medianas) irradian una cantidad de luz a su alrededor que forma una cúpula luminosa sobre ellas visible a muchos kilómetros de distancia. Entidades como Cel Fosc trabajan para advertir de los efectos de la contaminación lumínica, que no solo perjudica la contemplación y estudio del firmamento, sino que también daña a las especies vegetales y animales, y al propio ser humano.

Los insectos, atraídos por la luz que los mata

El exceso de iluminación, según explica Joaquín Baixeras, de la Universitat de València, tiene especiales efectos sobre los insectos. Son los que más afectados se ven. Y hay que recordar que de ellos depende el futuro de cualquier ecosistema y de la propia especie humana: «Cada noche millones de insectos vuelan en nuestros espacios naturales. Utilizan sistemas de navegación basados en puntos de luz en el firmamento y por supuesto la luz que suministra la luna cuando está disponible. La luz proveniente de sistemas alumbrado público es extraordinariamente más potente que estas tenues referencias de iluminación. Sus sistemas de navegación se ven interferidos completamente por esta luz, adaptados a cantidades de luz ambiental residuales». Por ello, cualquier farola actúa como un «sistema de succión» que les atrae y allí encuentran, casi siempre, la muerte. Es por ello que el alumbrado excesiva está alterando las poblaciones de insectos y, consiguientemente, toda la cadena que depende de ellos.

Las aves se ven también desorientadas y afectadas en presencia de núcleos urbanos excesivamente iluminados. En Baleares, se han encontrado ejemplares jóvenes de pardela balear (una especie amenazada) sobre el asfalto de zonas turísticas, adonde han caído deslumbrados. Lo mismo sucede con aves de hábitos directamente nocturnos, que pueden tolerar la presencia humana moderada, pero no las luces artificiales que emite.

Enfermedades en el hombre

Y todo lo que sucede a la Naturaleza acaba afectando al hombre. Los investigadores descubrieron el año pasado una relación entre el virus del Nilo y la contaminación lumínica. El exceso de luz artificial puede incrementar en un 41 por ciento el tiempo en que los gorriones pueden estar infectados con el virus del Nilo, lo que podría aumentar la probabilidad de que transmitan la enfermedad letal a los mosquitos y a las personas, según un nuevo estudio de investigadores de la Universidad de Florida.

El estudio expuso algunas aves a la luz por la noche, explicó Meredith Kernbach, investigadora principal. Las aves expuestas a la luz artificial permanecieron enfermas con el Nilo Occidental un promedio de dos días más que el grupo que estuvo a resguardo de la luz.

Además, el ser humano necesita oscuridad para descansar adecuadamente y adaptar su vida a los ritmos circadianos, es decir, aquellos que garantizan un adecuado reposo del organismo, basados precisamente en el ciclo día/noche. Ver alterados esos ritmos con una iluminación que destruye la oscuridad natural de la noche evita un descanso adecuado, pero, además, estimula la aparición de graves enfermedades, según otras investigaciones.

Estudios del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISG) señalan, tras haber analizado el caso de numerosos pacientes, que aquellos individuos que estuvieron expuestos a mayores niveles de luz presentaban un 60% más de posibilidades de sufrir cáncer colorrectal. Y ello no será debido directamente a la luz, sino a cómo esta altera el reloj interno del organismo, sus ciclos circadianos.

No a las luces blancas, sí a las amarillas

¿Soluciones? Entidades como Cel Fosc, que trabajan en España contra la contaminación lumínica, son claras: «No se trata de no iluminar, sino de iluminar correctamente». Y ello es posible evitando luces excesivamente potentes (siempre por debajo de 4.000 K), y, por supuesto, no apuntando las luminarias hacia arriba o en horizontal, sino siempre hacia abajo. La luz de color blanca es simpre la peor y son preferibles tonos más cálidos: ámbar o amarillos. La tecnología LED ha disparado el problema de la contaminación lumínica, afirma Cel Fosc, puesto que su potencia de iluminación es mucho mayor que los sistemas tradicionales y, encima, es más barata.

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