Unos 18 millones de niños del tercer mundo, muchos de ellos con edades de tan solo cinco años, se acercan cada día a trabajar a las grandes montañas de teléfonos móviles, pantallas de ordenador de tubo, microchips, baterías de litio, auriculares, relojes, teclados y tablets que se acumulan en muchas partes de los países pobres. La basura electrónica, que se recicla en un porcentaje ínfimo, sigue creciendo sin parar en el planeta.

Son deshechos electrónicos que las naciones ricas abandonan a su suerte una vez quedan obsoletos -que no estropeados- en la rápida y desmesurada actualización del mercado.

Como en otros sectores, la explotación infantil se elige por ser una mano de obra más barata; sin embargo, en este en específico, como advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS), no solo se trata de una ilegalidad laboral.  Quienes se aprovechan de estas manos pequeñas están obligando a estos niños a sufrir las peores consecuencias de la exposición a los contaminantes que emanan de esta basura electrónica.

De acuerdo con la Alianza Mundial para las Estadísticas de Residuos Electrónicos, en 2019 se generaron aproximadamente 53,6 millones de toneladas de estos desechos, que equivalen al peso de 350 cruceros.

Esta cifra es un 21% superior a la de 2014 (tan solo 5 años antes) y la previsión es que continúe creciendo. De estos, solo el 17% de llegan a instalaciones reguladas de tratamiento y reciclaje, mientras que el resto se elimina de forma ilegal en el propio país o en el extranjero (sobre todo en países de ingresos medianos y bajos) y acaba en lugares no controlados, donde son reciclados por trabajadores no regulados, la mayor parte niños o mujeres.

Todas las personas que trabajan con desechos electrónicos sin control se exponen al contacto con más de 1.000 sustancias peligrosas, como el plomo, el cadmio, el mercurio, las dioxinas, el níquel, los materiales ignífugos bromados y los hidrocarburos aromáticos policíclicos.

Todas ellas son sustancias pueden contaminar el aire, el polvo, el agua y el suelo, desde donde se pueden volatilizar. Pero no solo eso, porque a menudo, los trabajadores -que suelen ser grandes familias o comunidades- suelen quemar los residuos o disolver el material con sales de componentes químicos corrosivos. De este modo, se emiten mezclas tóxicas de partículas peligrosas que contaminan el aire, como metales pesados y sustancias y compuestos industriales.

Estas partículas nocivas se pueden inhalar, ingerir al comer o al beber agua o tocarse.  En los niños o mujeres embarazadas, este trabajo puede ser muy peligroso, dado que puede afectar a la salud y el desarrollo físicos y psicológicos de los niños.

La exposición durante la vida fetal y la edad infantil puede causar alteraciones conductuales y del desarrollo neurológico, efectos sobre la función pulmonar y respiratoria (por ejemplo, tos, sibilancias y asma), alteraciones tiroideas, afectación cardiovascular, daños en el ADN, efectos sobre el sistema inmunitario (por ejemplo, mayor vulnerabilidad a patógenos infecciosos, reducción de la respuesta inmunitaria y tasas más elevadas de alergias y enfermedades autoinmunes) y aumento del riesgo de presentar enfermedades crónicas en etapas posteriores de la vida (entre ellas, cardiovasculopatías y cáncer).

Pero los niños no son los únicos a los que la exposición a estos materiales puede perjudicar gravemente su salud. Las estimaciones mundiales más recientes indican que entre 2,9 y 12,9 millones de mujeres se exponen a desechos eléctricos y electrónicos tóxicos y que, a causa de ello, tanto su salud como la de los fetos corren riesgo de sufrir daños importantes que pueden ser duraderos.

Durante el embarazo, esta exposición puede dañar al feto y dar lugar a mortinatos, partos prematuros, bajo peso y talla al nacer y afectación del desarrollo neurológico. Se han observado cambios conductuales y comportamentales en los niños y reducciones en las puntuaciones de las evaluaciones lingüísticas y cognitivas. Todas estas repercusiones pueden afectar a la salud y el desarrollo del niño durante toda su vida.

Naciones Unidas está poniendo todo su empeño en combatir esta lacra para la salud de los más pequeños y por ello, obligar a seguir prácticas higiénicas y respetuosas con el medio ambiente, adoptar una economía circular o erradicar el trabajo infantil.

Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) puso en marcha en 2013 la Iniciativa sobre Desechos Eléctricos y Electrónicos y Salud Infantil con los objetivos de aumentar el acceso a las pruebas, los conocimientos y la concienciación sobre las repercusiones de los desechos eléctricos y electrónicos en la salud; mejorar la capacidad del sector sanitario para gestionar y prevenir los riesgos, hacer un seguimiento de los progresos realizados y promover políticas sobre estos desechos que  protejan mejor la salud infantil, así como mejorar la vigilancia de la exposición a estos desechos y la facilitación de intervenciones que protejan la salud pública.

A nivel local, la OMS ayuda a establecer normativas para proteger a los niños de la exposición a los desechos eléctricos y electrónicos. El objetivo de este proyecto experimental es fomentar la promoción local, colaborar con las comunidades y desarrollar la capacidad de los sistemas de atención primaria para hacer frente a los riesgos mediante el seguimiento de la exposición a los desechos electrónicos. Gracias a estos proyectos se están creando marcos que se pueden adaptar y reproducir en distintos países y entornos y que se están aplicando en las regiones de África y de las Américas.

Artículo de referencia: https://www.who.int/es/news-room/q-a-detail/children-and-digital-dumpsites-e-waste-and-health

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