Hay ciudades que requieren ser descubiertas a golpe de guía, mientras que otras ponen las cosas más fáciles. Es el caso de Murcia, una localidad que invita a moverse a pie y dejarse perder entre sus calles, plazas, puentes, parques, tiendas con encanto y mercadillos. Sin agobios ni rutas preestablecidas. Deambular por la Trapería y Platería, disfrutar de sus plazas y contemplar el atardecer recorriendo el Paseo del Malecón, entre jardines y huertas, no tiene precio.

Quizás el mejor lugar para empezar es la conocida como la plaza de la Catedral, centro neurálgico de la ciudad. En ella se aglutinan algunos de los principales símbolos de la capital murciana, como la Catedral de Santa María, el Palacio Episcopal o el Edificio Moneo. No hay que olvidarse de entrar en el Museo de La Catedral y subir a su torre para contemplar las vistas. Otros museos que valen la pena son el de Salzillo, donde espera la colección más completa e importante de este escultor murciano. Destaca también el museo de Santa Clara, donde se exhibe la mejor colección de arte islámico de la Región, y el de Ramón Gaya, el pintor murciano más ilustre del siglo XX. Y si se va con niños, nada mejor que el de la Ciencia y el Agua y el Acuario de la Universidad.

Sabores de proximidad

Murcia ofrece también placeres mundanos, pero que igualmente elevan el espíritu, como es su gastronomía. Tanto da si son una cañicas y unas tapas típicas -como las marineras, los caballitos y los matrimonios- o platos de proximidad como las habas crudas o el pisto. Y en cualquier caso, hay que acabar con un vaso de vino dulce y unos paparajotes, una hoja de limonero rebozada en una masa de harina, huevo, leche y raspadura de limón, frita y espolvoreada con canela y azúcar. Y cuando llegan las ganas de dejar atrás el asfalto, no hay que ir demasiado lejos.

La Huerta de Murcia, en la llanura aluvial del río Segura, está cruzada por 20 rutas para recorrer a pie o en bicicleta, que permiten descubrir su paisaje, patrimonio, ecohuertos y campos donde crecen tomates y berenjenas, naranjos y limoneros, ciruelos y melocotoneros, olivos y moreras... Un gusto para la vista, el olfato e incluso el alma.