Apenas seis meses después de proclamarse primer cónsul de Francia, Napoleón Bonaparte atravesó los Alpes para enfrentarse a los austriacos en Italia.

El 14 de junio de 1800 llegó a las afueras de Marengo, un pueblecito del Piamonte a cien kilómetros de Milán, y allí empezó una batalla que fue la primera en su plan para dominar Europa. Algunos batallones austriacos resistieron valientemente en Marengo, y sus partidarios llegaron a pensar que habían ganado, pero al anochecer de ese día, las tropas dirigidas por el general Michael von Melas cayeron ante los soldados de refuerzo franceses llegados desde Turín.

De los planes de Napoleón para dominar Europa fueron testigos los muros y jardines de villa La Voglina. En esta mansión, situada a 17 km de Marengo, el pequeño corso instaló su cuartel general y preparó una de las batallas más sangrientas del siglo XIX, que causó más de 4.000 fallecidos del bando del francés y 6.000 muertos de sus enemigos. Ese 14 de junio de 1800 es el día en que transcurre la ópera Tosca, que recoge el conflicto en Italia entre los republicanos y los realistas.

El complejo, digno de un emperador, lo construyó en el siglo XVIII el arquitecto Filippo Juvarra -que también proyectó la fachada del palacio de la Granja de San Ildefonso y el palacio Real de Madrid-. Ocupa 60 hectáreas que incluyen una mansión con 74 habitaciones, una casa de invitados, bosques ricos en trufas y cerezos y un gigantesco viñedo que, si se explotase, podría producir unas 100.000 botellas de vino al año.

Al parecer, Napoleón Bonaparte estaba tan feliz por la victoria y tan agradecido a la familia que le prestó la vivienda que ordenó que prisioneros austriacos reformaran algunas partes del palacio para hacerlas más lujosas, como los halls de entrada, decorados con preciosos azulejos de la época de los Habsburgo, o las tres escaleras de mármol blanco y negro.

La mansión pertenece a una inmobiliaria inglesa cuyo propietario está casado con Francesca Abbiati, heredera de la familia terrateniente dueña del lugar. Ponen a la venta un lugar donde se gestó un episodio que cambió el destino de Europa.

Un halo de frescura norteña

Los viñedos plantados en la cara norte de las montañas se han convertido en los terruños vedettes en toda la zona sur de Europa. Si en el norte se busca la máxima exposición mirando al sur como en la Mosela donde hay incluso relojes de sol en el viñedo; en el sur, y debido al cambio climático, la tendencia pregona los viñedos buscando umbrías y altitud. En España, que es después de Suiza el país más montañoso de Europa, se valoran hoy los viñedos cara norte. En Orotava con Suertes del Marqués, en Sierra Nevada con Naranjuez, en Alto Aberche con Rumbo al Norte, en Montsant con L´Espectacle, o en Priorat con Obaguetes de Bellmunt; y se adivinan nuevos proyectos en la Vall Fosca por R. Bobet o S. Batlle en La Vajol, en un cerro del Empordà mirando a Francia. En Cara Nord, el nombre del vino es una declaración. Un trío de ases presenta un vino accesible y oportuno. T. Cusiné, talento a pie de campo; X. Cepedo, creativo conceptual, y C. Canan, visionario comercial, han reunido las claves del éxito. Identidad, frescura e instinto frutal. Provenientes de un viñedo en altura en la sierra de Prades, la garrut (monastrell en la Conca de Barberà) le da la fuerza; la garnacha, la suavidad, y la syrah, el nervio especiado. Un halo de frescura invade el vino, con acidez mordaz, intensidad penetrante y un velo untuoso y crujiente de hojas crasas. Una propuesta ejemplar a precio imbatible, con vocación exportadora. Reivindica los viñedos de altura y lo hace cerca de Poblet, donde siempre hubo sabiduría. Un vino listo que da una cara nueva, lúcida.