Entre Ona Carbonell (Barcelona, 1990) y el tiempo existe una relación íntima y, sobre todo, provechosa. No he visto nunca a alguien que le saque partido como ella, que además pasa más horas dentro del agua que fuera y cuyo medio natural es la ingravidez. Si en algún momento le sobra tiempo -cosa extraña- y se pierde y no llega a una cita, es fácil encontrarla. Estará en Menorca, cargando pilas mientras pasea por el Puerto de Mahón o por Cala Pregonda, ese lugar virgen y protegido donde el mar, la arena rojiza y el espeso follaje verde conforman un fresco cromático exageradamente emotivo.