En el escenario, Tony le cantaba su amor a María bajo el balcón, mientras en el patio de butacas tenía lugar otro espectáculo: los adultos parecían convertirse en niños, poco les faltaba para babear. Me gustaría describiros aquellos rostros plenamente conectados con los actores y bailarines, que no escondían ningún asomo de emoción, como si ya formaran parte de la historia. No he visto tal regocijo ni en un parque de atracciones. Acaso podría definirlo con las palabras candor y encanto, una química y física que atraviesa la cuarta pared y contribuye a que el espectador empiece a sentirse ligero en su asiento.