Uno de los aspectos esenciales de la práctica de mindfulness consiste en salir del pensamiento para prestar atención a lo que nuestro cuerpo está sintiendo momento a momento. Nuestro organismo nos habla alto y claro si aprendemos a escucharlo, y siempre protesta ante el abuso.

Tendemos a creer que el cuerpo no es más que una máquina extraordinariamente compleja que está a las órdenes de nuestro pensamiento. Nuestra mente se considera superior al físico, piensa que el cuerpo está dispuesto a atender todas sus exigencias y hace la vista gorda ante las quejas y molestias que surgen cuando el organismo se siente abusado. El cuerpo pide que le prestemos la atención debida, nos habla alto y claro en todo momento pero a menudo no llegamos a escucharlo. Esta prepotencia mental suele acarrear consecuencias nefastas para la salud.

Sin embargo, cabe preguntarse una cosa: ¿nos negamos a atender al cuerpo o es que ya no sabemos bien como hacerlo? Nadie maltrata a su cuerpo intencionadamente, o desde luego no es lo habitual. El miedo a que sobrevenga una enfermedad está muy extendido en nuestra cultura, las alarmas y precauciones acerca de la salud se publicitan en todos los medios y casi todos tenemos un amigo o familiar que ha tenido que lidiar con una enfermedad muy seria. ¿Cuál es el problema entonces? ¿Por qué proseguimos haciendo oídos sordos a nuestras necesidades físicas? ¿Acaso no nos damos cuenta de lo que dice el cuerpo?

Lo cierto es que hemos perdido la capacidad de escucharlo, no sabemos ya cómo hacerlo. Vivimos completamente sumidos en las exigencias de la vida diaria, a nuestro pesar, y creemos que no es posible bajar de ese tren imparable que parece arrastrarnos desde que despertamos hasta que vamos a dormir. «Tengo que» suele ser el primer pensamiento que emerge nada más abrir los ojos, y nos identificamos tanto con lo que el pensamiento nos dicta, con lo que nos dice que tenemos que hacer para controlar el futuro, que nos hemos desconectado de nuestro organismo.

El temor a que algo que no deseamos pueda pasar o a que las cosas no salgan como hemos planificado, la idea de perder nuestro estatus y posesiones, etc., nos lleva a perpetuar un tren de vida insano y abusivo. Y esas exigencias que nuestro ego nos impone nos desconectan completamente de la vida natural. La realidad es que no atendemos a nuestro cuerpo porque nos hemos vuelto incapaces de escuchar lo que nos pide. El cuerpo nunca deja de hablarnos: el problema es que vivimos completamente desconectados de cuello para abajo.

La práctica de mindfulness busca reeducarnos en este sentido. La atención plena (así se traduce la palabra mindfulness al español) nos enseña que la mente está en estrecha relación con el cuerpo, y nos invita a relacionarnos con él de una manera radicalmente diferente a como habitualmente lo hacemos. Se trata, en resumidas cuentas, de aprender a escuchar atentamente lo que estamos sintiendo momento a momento. Por medio de sencillos ejercicios realizados con la atención, es posible entablar un diálogo fértil con nuestro organismo y descubrir que posee una inteligencia muy superior a la que tiene el pensamiento. Solo una inteligencia prodigiosa sería capaz de mantener en armonía a los aproximadamente sesenta millones de células que componen el cuerpo.

Los maestros de mindfulness aseguran que a medida que aprendemos a escuchar lo que estamos sintiendo, nuestra capacidad para detectar sensaciones físicas que antes pasaban desapercibidas se incrementa mucho. También se ha demostrado científicamente que al posar la atención en una sensación molesta el dolor se diluye, lo que nos ayuda nos relacionamos mejor con él. Hoy en día la práctica de Mindfulness ha sido avalada por el Instituto Nacional de Salud de EE UU dentro de la denominada Medicina Mente-Cuerpo.

Los expertos hablan de tres estratos o niveles que es posible percibir cuando empezamos a prestar atención al cuerpo. Mario Alonso Puig se refiere a ellos de la siguiente manera:

-El primer estrato es el de las sensaciones corporales, es decir, aquello que notamos y apreciamos a través de los sentidos. Podemos notar, por ejemplo, sensaciones de calor o frío, de tensión o relajación, de confort o de dolor, un mayor peso o mayor ligereza, etcétera. Y a medida que vamos aumentando la capacidad de atención, aparecen nuevas sensaciones más sutiles, de la misma manera que al comer en silencio percibimos nuevos matices en la ingesta de alimentos.

-El segundo estrato al que se puede acceder a través de la práctica de mindfulness es emocional. La importancia de éste es enorme, ya que cualquier incidente que tuvo el suficiente impacto emocional para condicionar la mente queda registrado en el cuerpo como una sensación. El cuerpo es también nuestro inconsciente y por eso en sus músculos, órganos y estructuras se guarda el recuerdo de experiencias emocionales intensas que hemos tenido a lo largo de la vida. Se recomienda que, si durante la práctica de mindfulness se empiezan a revivir experiencias asociadas a recuerdos muy dolorosos, se procesen poco a poco. Si nos sentimos sobrepasados, basta con volver a llevar la atención a la respiración, lo cual genera de manera inmediata relajación, calma y serenidad.

-El tercer estrato es el más sutil, ya que trata de entrar en contacto con la propia Vida. El organismo está animado por una forma de inteligencia prodigiosa, la que hace que los campos florezcan en primavera o las aves vuelen en el cielo. A muchas personas les desconcierta que se posible tener experiencias profundas simplemente prestando atención a su cuerpo porque olvidan que el organismo funciona sin la intervención del «yo» pensante: ya no son capaces de apreciar el milagro fascinante del que formamos parte. Sin embargo, el cuerpo está animado por una sabiduría muy superior a la que es capaz de elaborar nuestro pensamiento, y aprender a escucharlo constituye el único camino hacia la felicidad consciente.

Para cultivar el amor a la vida y a nuestra propia presencia resulta fundamental entrar en contacto con la naturaleza de nuestro organismo. Éste es sin duda el objetivo último del mindfulness: que aprendamos a apreciar ese milagro del que formamos parte.