Tal y como se puede deducir en base a su nombre -la biota no es sino la flora y fauna de un determinado lugar-, antibióticos y probióticos parecen servir para cosas opuestas. Y el hecho es que su acción combinada puede resultar muy beneficiosa. Vamos a ver por qué:

Los antibióticos son fundamentales para el tratamiento de diversas enfermedades (faríngeas, estomacales, pulmonares, etc.), pero hablamos también de compuestos a menudo agresivos para nuestro organismo. Uno de sus efectos indeseables es el deterioro de nuestra flora intestinal: algunos de los microorganismos beneficiosos que la forman son destruidos junto a los patógenos nocivos que deseamos erradicar mediante la acción de los antibióticos.

Es aquí cuando entran en juego los probióticos, que no son sino organismos vivos, habitualmente bacilos que se encuentra presentes en determinados alimentos. A todos nos resultan ya familiares el kéfir o los yogures que se anuncian como ricos en probióticos, y que se encuentran en cualquier supermercado.

En esencia, los probióticos sirven para mantener en buen estado la flora intestinal y a mejorar nuestra salud. Lo hacen gracias a estimular la proliferación de bacterias beneficiosas para el funcionamiento de nuestro organismo.

De esta forma, contribuyen a atenuar o resolver problemas como las malas digestiones: un ejemplo de esto se encuentra en las intolerancias a la lactosa, que los macrobióticos pueden solucionar favoreciendo la actividad de lactobacilos que degradan este compuesto.

También son muy útiles para atajar los casos de diarrea, pues sirven para reponer la macrobiota que haya sido eliminada de nuestro cuerpo y atenuar así los síntomas. Se estima que un tercio de quienes se administran antibióticos son afectados por diarreas, especialmente las personas que los toman durante un tiempo prolongado o necesitan ingerir más de un compuesto.

Aunque a menudo estas diarreas remiten al cabo de poco tiempo, en ocasiones pueden prolongarse o aparecer días después de terminar el tratamiento con antibióticos. En tales casos, los probióticos son unos grandes aliados. La recomendación es dejar transcurrir dos horas desde la ingesta del antibiótico; y, si es posible, contar con la recomendación de un profesional, pues no todos los probióticos tienen las mismas propiedades y unos están más indicados que otros. El Saccharomyces boulardii y el Lactobacillus rhamnosus son los que se han revelado más efectivos para este tratamiento.