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El médico como paciente

Los investigadores hemos de ser objetivos, pero la realidad nos golpea cuando menos lo esperas

Sanitarios atienden a un paciente en el Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona.

Hace unas pocas semanas tuve un problema grave de salud y ello me ha permitido cruzar ese abismo que separa al médico o investigador en biomedicina respecto al paciente, la persona que sufre una enfermedad. En primer lugar quisiera destacar la inmensa fortuna de gozar de un sistema sanitario público, universal y de calidad. A pesar de las diversas crisis económicas sufridas, nuestros hospitales continúan ofreciendo un servicio de salud excelente. Las mismas técnicas diagnósticas y de tratamiento usadas en mi caso, si tuviera que pagarlas de forma exclusivamente privada, ya me encontraría ahora pensando en pedir un préstamo o hipotecar mi casa. Lo que la persona que padece una enfermedad desea es curarse y volver pronto a su vida normal. Algunos hospitales de otros países donde se realiza un turismo sanitario de lujo te recibirán con flores y una copa de champán, pero lo que verdaderamente quiere el usuario es a los mejores profesionales de la medicina y las técnicas diagnósticas y de tratamiento que lleven a una mejor resolución de su patología. Y en ello, nuestras instituciones sanitarias disponen de estas personas y de las tecnologías y fármacos de última generación. Por poner un ejemplo, desde Catalunya se realizan hoy en día ensayos clínicos en oncología e infección por el virus HIV que se encuentran entre los más destacados y de referencia en el mundo. Del mismo modo nuestros profesionales biosanitarios reciben una buena formación universitaria que les capacita para seguir aprendiendo las habilidades necesarias para desenvolverse en el medio clínico. Pero tenemos que estar atentos. Muy atentos. Estos trabajadores, movidos por su vocación y motivación, dan un servicio magnífico, pero si seguimos pagándoles sueldos bajos y con extrahoras de sobreesfuerzo, van a acabar quemados. Por eso pido a los responsables públicos que los protejan especialmente. Ellos se encargan de nuestra salud y su bienestar es el nuestro.

Quisiera abordar brevemente otro aspecto de la relación con los pacientes que tiene que ver con los investigadores biomédicos, especialmente con los del laboratorio más duro. La complejidad de las células y tejidos, los centenares de circuitos bioquímicos y moleculares que gobiernan la actividad de nuestras células, y sus múltiples alteraciones en la enfermedad, a veces nos hace olvidar que, detrás de todas estas vías y modelos, existen unas personas. Hombres y mujeres que desgraciadamente presentan las enfermedades que estudiamos. Miembros de una sociedad que tiene puesta sus esperanzas en nosotros. Por todo ello, como científicos deberíamos muchas veces dejar los fuegos de artificio y enfrentarnos a ciertas realidades. Como la existencia de tumores que no se pueden curar o la inevitabilidad de la progresión de las enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer. Y estos casos nos obligan a volver a los laboratorios para investigar aún mejor y dar soluciones. Ver la cara del paciente que espera solución debe ser nuestro mejor estímulo. Dos breves historias personales. Recuerdo durante mi tesis doctoral una niña que se escondía bajo la cama del hospital para evitar que le cortaran una pierna afectada por un sarcoma. También está grabado en mi mente otro recuerdo de una madre que, a los pocos días de perder a su hija pequeña por una enfermedad rara, nos dice que usemos el cerebro de la niña para estudiar esa patología. Todas estas personas son mis héroes. Y en ambas situaciones reprimí las lágrimas con muchísimo esfuerzo. Representa que tenemos que ser objetivos, pero la realidad nos golpea cuando menos lo esperas.

Quisiera acabar de una forma más brillante y esperanzadora con una curiosidad. ¿Saben que algunos investigadores biomédicos probaron por primera vez un nuevo tratamiento, diagnóstico o técnica con ellos mismos? Este es el caso de la demostración de la infección por la bacteria ‘Helicobacter pylori’ como causante de la úlcera gástrica o el primer uso del cateterismo cardiaco. Locos maravillosos. Locos entrañables como los profesionales de los hospitales y centros de atención primaria que nos protegen, a pesar de que muchas veces sus condiciones laborales no son las mejores. Quisiera acabar estas breves líneas agradeciendo la gran atención recibida por todos los miembros del Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona, y en especial al Servicio de Cardiología. Gracias personal de medicina, enfermería, farmacia, laboratorio, administración y celadores. Deseo que la sociedad reconozca vuestro esfuerzo.

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