En septiembre del 2011, la revista Time dedicó su portada a un extenso reportaje titulado "Why Mom Liked You Best. The Science of Favoritism" (Por qué mamá te quiso más. La ciencia del favoritismo), donde se argumentaba que siempre hay un hijo predilecto. Para ilustrar el artículo, la revista fotografió a tres niños con un trozo de pastel delante. Y logró que los lectores sonrieran al advertir que la porción de tarta de la hermana mayor (la única que parecía contenta) era mucho más grande que la de sus dos hermanos.

Más de uno se hizo eco del punto de vista del autor del artículo, Jeffrey Kluger, un divulgador científico que con anterioridad escribió un libro titulado The Sibling Effect: What the Bonds Among Brothers and Sisters Reveal About Us (el efecto fraterno: lo que los vínculos entre hermanos y hermanas dicen de nosotros). "Kluger ofrece anécdotas de café, datos, investigación, confesiones íntimas, chismorreos y más anécdotas sobre el orden de nacimiento, peleas familiares y, ocasionalmente, amor fraternal", dijo en la reseña The New York Times.

En su libro, Kluger recrea emotivamente cómo transcurrió su infancia y sugiere que los hermanos mayores tienen más posibilidades de triunfar. Llega a una conclusión: "El 95% de los padres tiene un hijo preferido, y el otro 5% miente". Y lo que es peor: esas pequeñas diferencias, alentadas por los padres, dice, crean una cascada de consecuencias al llegar a la edad adulta.

Sin embargo, es muy posible, como sugiere Fernando Peláez, profesor de Psicología Biológica y de la Salud en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), que la palabra "favorito" revista excesiva gravedad, cuando, en realidad, el hecho de que los padres muestren "preferencias" (la palabra que propone Peláez) no sea para escandalizarse. Es decir, nada tiene de raro sentir mayor empatía o comunicarse mejor con uno de los hijos; del mismo modo que una persona no se relaciona exactamente igual con otras, tampoco es posible mantener relaciones simétricas con los hijos.

Lo que más le interesa remarcar a Peláez es que es incierto que exista algo así como una predisposición genética para preferir a uno de los hijos y que ello tenga una finalidad evolutiva. Y tampoco es verdad que se comparta el modo de hacer de los pingüinos (como sugiere Kluger) y de ciertas aves rapaces que discriminan a algún polluelo cuando no hay suficiente alimento para todos. "Preferir al primer hijo, al benjamín o al más guapo no tiene nada que ver con una mejora en la eficacia de una madre o de un padre", dice Peláez.

Sobre las preferencias hay varios estudios. Un trabajo publicado en Human Nature señala que las madres suelen inclinarse por los primogénitos, mientras que los padres parecen sentir especial predilección por las hijas más pequeñas. Sin embargo, tampoco se trata de una ley universal. Según Esperanza Ochaita, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación en la UAM, "es frecuente preferir a los bebés del sexo opuesto (al del padre o la madre) en la infancia e identificarse más con los del propio sexo en la adolescencia".

Ellen Libby, autora de The Favorite Child (el hijo favorito), especula con que los padres se inclinan por sus hijas pequeñas por ser más vulnerables, mientras que otros investigadores aventuran que, por lo general, se valoran más los logros del sexo opuesto. "Una madre valorará especialmente la vena poética de su vástago, mientras que el padre hará lo propio con el máster en negocios de su hija", dice al respecto Kluger.

También algunos estudios recogen que los primogénitos tienen 2,3 puntos más de coeficiente intelectual que los hermanos nacidos en segundo lugar, mientras que estos aventajan en 1,1 puntos al tercer hijo, y que ello podría deberse a que los progenitores dedicaron más tiempo a los primeros hijos de pequeños. Sin embargo, hay quien aduce que los nacidos más tarde imitan a sus hermanos mayores y aprenden más rápido. Por si fuera poco, añade Esperanza Ochaíta, "la inteligencia puede ser espacial, interpersonal, emocional, lógico-matemática€¿a cuál de ellas nos referimos?".

Adelia de Miguel, catedrática de Psicología de la Personalidad en la Universidad de La Laguna (Tenerife), discrepa de la "teoría del orden de nacimiento" que formuló en 1874 Francis Galton, primo de Darwin, quien observó que había más primogénitos en puestos relevantes de los que cabría atribuir al azar. Otros estudios posteriores repararon en lo mismo: Churchill, Mussolini, Hitler o Hirohito fueron los hijos mayores en sus familias. Lo mismo que más de la mitad de los presidentes de Estados Unidos y 21 de los 23 primeros astronautas que despegaron de EE.UU. "Cada persona es única, y no se pueden establecer patrones generales de comportamiento.

Estoy en desacuerdo con clasificar a las personas según el orden en que han nacido y concluir que los primogénitos son más listos y respetuosos con los valores paternos o que los terceros hijos son bohemios e independientes. No es real", dice De Miguel. En cambio, parece más interesante que los hermanos compiten por ganarse el favor de sus padres utilizando para ello estrategias muy sui géneris, una tesis que desarrolló Frank J. Sulloway, profesor de la Universidad de Berkeley (EE.UU.), en Born to Rebel (1996), al preguntarse cómo era posible que los hijos tuvieran personalidades tan distintas, pese a haberse criado y educado en una misma casa. Por lo que se sabe, cada hermano asume un rol específico, hasta el punto de que si el hermano mayor es el estudioso por destacar en el colegio, el que le sigue decide excluir esa característica y opta por otro papel, como ser el "deportista" o el "simpático".

Los padres niegan los favoritismos

En relación con las preferencias, sucede algo digno de mención: mientras que los padres se niegan a admitir cualquier tipo de favoritismo, los hijos reconocen que esta situación se produce y normalmente están de acuerdo en quién era el favorito de mamá y de papá. Javier Urra, doctor en Psicología y autor de libros de éxito como Educar con sentido común (Aguilar), ha planteado esta cuestión en alguna de sus conferencias. "Cuando pregunto a las personas del público si quieren por igual a todos sus hijos, lo normal es que asientan con la cabeza. En cambio, cuando les pido que me respondan como hijos, empiezan a dudar€", constata. "La respuesta es que, por circunstancias de la vida, es posible querer diferente", concede. "No es lo mismo, por ejemplo -prosigue Urra-, ser madre o padre con 24 años que con 38, ya que la energía y las circunstancias personales son diferentes. Del mismo modo, es muy distinto si el niño vino al mundo en un momento económico difícil o en una situación confortable. Todo influye", razona Urra, para quien es normal que si una madre llega tarde a casa, cansada de trabajar, se sienta más cómoda con el hijo de temperamento más tranquilo o con el más obediente, sin que esa complementariedad tenga la menor trascendencia.

Núria Sánchez está de acuerdo. Para esta psicóloga clínica que dirige un programa en una televisión local llamado Escuela de padres, no se conecta igual con todas las personas, ni con las que se quieren. Sánchez pasa consulta en Barcelona. Justo antes de ser entrevistada, ha recibido la visita de una paciente que recibió un trato discriminatorio por parte de sus padres que le ha dejado secuelas. "Al igual que hablamos de hijos predilectos, habría que referirse también a los padres predilectos. Cuando a un niño se le pregunta que a quién quiere más, si a papá o a mamá, responde que a los dos, cuando en la práctica podría llegar a reconocer que los necesita de forma diferente y que su feeling no es el mismo", señala. "El problema -agrega Sánchez- no es tener un hijo predilecto, sino que el otro deje de serlo. Porque... ¿si tus padres no te prefieren, quién te va a preferir? Por ese motivo, no ser consciente del problema es una manera negativa de abordarlo".

Así pues, la clave es ser ecuánime con los afectos y darse cuenta cuándo un hijo lo pone más fácil o el otro reclama más atención. Y no se debe dramatizar, como hacen algunos libros, y reconocer que en ocasiones sentir más sintonía emocional con alguien es normal, aunque se trate de una hija o de un hijo.