Es el otro enemigo de La Palma, más silencioso y menos impresionante a la vista que la lava, pero igualmente peligroso. Y más en las últimas horas, durante las que la ceniza que expulsa el volcán como una constante chimenea ha cubierto la isla con un manto negro. Los palmeros se resignan y se afanan en las tareas de limpieza: "Es agotador, es todos los días... No ha dejado de caer". Es lo que obliga a todo el mundo a protegerse con gafas y mascarillas, incluso paraguas, para hacer cualquier tarea que implique salir a la calle. "Mira cómo estamos, que parecemos marcianos, pero hay que hacerlo así."