El reto era complicado: 104 decibelios en el interior, silencio -o mejor, el sonido habitual de un barrio de València a las 20.30 horas- en el exterior. El objetivo: que al nuevo Roig Arena no le pase lo que al Bernabeu y que el volumen de los espectáculos no llegue a las viviendas cercanas y no obligue a cancelar la programación de los conciertos.
