Según el diccionario de la Real Academia Española, pasante es, entre otras acepciones, la persona que asiste y acompaña al maestro de una facultad en el ejercicio de ella, para imponerse enteramente en su práctica, o también el encargado de pasar o explicar la lección a alguien. El término encabeza el titular de este reportaje porque es así como se autodenomina su protagonista, el enólogo Rafael Cambra, una de las personas que mayor influencia ha tenido en la revolución silenciosa que el vino valenciano ha protagonizado en las dos últimas décadas.

Rafa se define «pasante» porque él está de paso, pero no así la tierra donde cultiva sus viñedos. Cambra es una persona que ha tenido vinculación con la tierra desde siempre. Forma parte de una familia que se ha ganado la vida como viverista desde hace tres generaciones.

Estudió agrónomos en València para, a continuación, completar su formación como enólogo en la ciudad francesa de Montpellier.

Sus primeras experiencias profesionales tuvieron como escenario La Rioja y bodegas de renombre como Viña Tondonia o Cune, pero tras cinco años de crecimiento profesional decidió volver a casa con la idea de apostarlo todo al Monastrell, una variedad de uva mediterránea perfectamente adaptada a lo suelos y clima de la zona. Durante algún tiempo trabajo en el vivero y la bodega de la familia (El Angosto), pero entre trasiegos y remontados siempre encontraba tiempo para perderse por el campo en busca de una vieja parcela de Monastrell que le permitiese cristalizar su sueño.

Así, en 2001 elaboró su primera referencia, Cambra Uno. «En aquella época era todo muy diferente. Mi primer vino lo hice en casa de Pablo Calatayud, con quien compartía la ilusión por hacer algo diferente en la zona» comenta Rafa, que añade que «la Monastrell entonces no era una uva muy valorada, pero con los conocimientos que tenía de mis tiempos en el vivero de la familia yo estaba convencido de su potencial». Ese primer vino se reveló como un éxito sin precedentes, tanto por los profesionales del sector como por el consumidor, y pronto muchos productores de la zona decidieron seguir por el camino marcado.

Para Cambra, ese primer éxito sirvió para seguir dando pasos al frente. Pronto llegaría Cambra Dos, Minimum y El Bon Homme, etiquetas altamente valoradas por prescriptores y catadores profesionales de todo el mundo. Pero a Rafa le seguían llamando la atención aquellas uvas mayoritarias en otras épocas y casi olvidadas en la actualidad. Hace unos años descubrió una pequeña parcela de Forcallà, cultivada en vaso, sobre pie franco y en secano. Había oido a los mayores de la zona hablar de su resistencia y sus cualidades y comenzó a trabajar en su recuperación. Los primeros resultados llegaron con Forcallà de Antonia, un monovarietal de esta uva autóctona que ha abierto el camino para seguir trabajando en castas «en peligro de extinción» y parcelas singulares plantadas en terrazas ganadas al monte.

Antes de que termine el año Rafa Cambra pondrá en el mercado sus dos nuevas creaciones, Casa Bosca y Casa Labor, vinos hechos con uvas desconocidas por el gran público como la ya citada Forcallà, Arco o Bonicaire, variedades que hasta ahora eran «penalizadas» por los grandes productores y que han vuelto para quedarse, porque, como dice Rafa, «yo soy un pasante en el valle... las viñas deben quedarse».