La Movida fue una fábrica de libertad con muchas manifestaciones artísticas pero ninguna gastronómica, porque el apetito de entonces no se saciaba con comida. Décadas después, ese espíritu transgresor y vivaz impregna el restaurante Las chicas, los chicos y los maniquís, recién abierto en Madrid.

Colores de la cultura pop, carteles que guiñan al universo almodovariano, un cierto toque «kitsch» en la vajilla del maestro Piñero y una banda sonora con música española de los ochenta y noventa, tarareable incluso para quienes no bailaron la Movida, conforman este espacio temático a cargo del Grupo Iglesias y ubicado en el recién inaugurado Axel Hotel.

De «conceptualizar» restaurantes saben mucho los hermanos Juan Carlos, Borja y Pedro Iglesias, segunda generación al frente de este grupo de restauración creado hace 31 años por sus padres, llegados de Galicia a Barcelona, porque su Bellavista del Jardín del Norte -abierto junto a los hermanos Messi- es «un pueblo de pueblos» y Bobo Pulpín «un oasis pirata y un homenaje al pulpo» y sus orígenes gallegos, explican.

Es la primera vez que salen de Barcelona, donde desde 2010 han abierto además otros restaurantes con los hermanos Ferran y Albert Adrià, y lo hacen «con mucha ilusión y humildad», escogiendo Madrid como destino por «su carácter alegre y abierto», dice Juan Carlos Iglesias.

Saben que hoy, vanguardia gastronómica aparte, es «imposible hacer platos que no hacen otros», por lo que su apuesta se centra en «un producto de primera», recetas tradicionales a las que dan «una vuelta para que el resultado sea moderno» y envolver al comensal en un ambiente específico.

«Dar de comer bien con una puesta en escena que complementa la comida y crea un ambiente a través del grafismo, la música y la arquitectura del espacio, que buscan transmitir libertad y alegría, porque la Movida, con todos sus defectos, fue una fábrica de felicidad», resume Iglesias. Los hermanos consideran que en estos momentos de «irascibilidad» es «muy necesario» recuperar «esa alegría de vivir que tuvimos en los ochenta», y ellos aportan su granito de arena con Las chicas, los chicos y los maniquís, que toma su nombre de uno de los éxitos de Radio Futura.

Ubicado en un inmueble del siglo XIX que se ha restaurado respetando todos sus elementos protegidos, el restaurante se divide en dos espacios: una barra abierta todo el día que invita al picoteo, y el restaurante propiamente dicho, para comidas y cenas.

La carta, en el formato de fundas de vinilos, propone unas croquetas de jamón con pollo con vocación de situarse en el «top» de las mejores de una ciudad devota de este bocado, el castizo bocata de calamares actualizado con pan de su tinta, mayonesa de «kimchi» y encurtidos; ensaladilla rusa con cangrejo, patatas bravas con espuma de alioli o «steak tartar» servido sobre las largas piernas tuneadas de una muñeca Barbie.

De elaborarlas se encarga el equipo capitaneado por el salmantino Pedro Gallego, forjado en las cocinas de Alberto Chicote, Benjamín Urdiaín, Gordom Ramsey y Sergio Arola y de cuyas manos sale también un rodaballo frito del que se comen hasta las espinas o un arroz meloso de pato, gorgonzola y setas.

Todo ello con «una relación calidad precio muy buena, porque se puede cenar muy bien por 30 euros o menos», destaca Iglesias, y con la intención de que la noche acabe «moviendo la tibia y el peroné» en Bala Perdida, un club "clandestino" y subterráneo que abrirá sus puertas en octubre en el mismo edificio.

Mientras, Las chicas, los chicos y los maniquís, propone mordiscos a ritmo de La Unión, Alaska y los Pegamoides, Hombres G y el Sabina más canalla, aquel que viajaba en la línea 1 de metro preguntándose «¿dónde queda tu oficina para irte a buscar?».