En los últimos años han surgido unos cuantos nombres propios que han revolucionado el panorama enológico de toda una zona vinícola como es la del Clariano de la DOP Valencia. Uno de ellos es el del enólogo Rafael Cambra, que nos sorprendió con el Cambra Uno con la añada de 2001, el primer monovarietal de Monastrell de gama Premium que se embotellaba en su comarca, en un momento en el que este tipo de uva no tenía el prestigio que tiene ahora. Después vendrían el Cambra Dos, Minimum y El Bon Homme, unas marcas en las que la base era esta misma varietal autóctona acompañada de otras foráneas, que enseguida obtuvieron el reconocimiento de los consumidores.

A ellas se ha incorporado una nueva línea de trabajo en la que las protagonistas son otras castas de vid minoritarias, algunas casi desaparecidas, como la Forcayà, con la que hace el Forcayà de Antonia, o el Casalabor, en el que la protagonista es la Arco, un vino con gran acidez que necesita un tiempo en botella para que se pulan sus afiladas aristas. El de Casa Boscà es el proyecto más personal de Cambra, una antigua casa de labor en la zona de Fontanars dels Alforins con vivienda de colonos, cuadras, almacenes y las antiguas instalaciones para la elaboración de vinos. Desde ella se extienden 15 bancales escalonados hasta llegar al bosque de pinos, con orientación norte, en un suelo de arena muy pedregoso a 700 metros de altitud. Allí plantó entre 2011 y 2013 en alta densidad (3.300 a 4.000 cepas por Ha), en vaso y en secano un total de 5,5 hectáreas con Monastrell, Arco, Bonicaire, Rojal y Forcayà, varietales que conforman el coupage del vino del mismo nombre.

Hubo una época en la que cada Casa hacía su vino, es decir, su propia combinación con las varietales y proporciones que tenía cada finca, antes de que dejasen de elaborar y se vendiese la vendimia a alguna cooperativa. El nuevo proyecto trata de recuperar las varietales tradicionales de la zona y hacer el vino sin barrica, como se hacía antaño, utilizando recipientes como los depósitos de hormigón o las tinajas semienterradas. Antiguamente se pisaban los racimos enteros sobre tablas, no se despalillaba y el mosto se recogía en el «cup». Este vino se maceró con un 30% de sus raspones y fermentó con levaduras autóctonas. Con posterioridad ha tenido un afinamiento de 12 meses en depósitos de hormigón sin recubrir, de forma ovoide para, al final, conseguir una limitada producción de 2.600 botellas. El Casabosca de 2016 se muestra seductor desde el principio. Es de color granate, de media capa y tiene aroma intenso a fruta roja fresca, con evocadores matices a plantas aromáticas, con delicados matices minerales. En el paladar entra suave, es sedoso, ligero, cítrico, se muestra muy fresco, sabroso y mantiene una destacable acidez sin perder su esencia de vino mediterráneo, algo poco habitual. Un estilo recuperado con el conocimiento actual para un futuro de grandes vinos.