Descendiente de un linaje vitivinícola que hunde sus raíces en las incipientes prácticas vitícolas de lusitanos y celtas y, fundamentalmente, en las más adelantadas técnicas de la civilización romana, la extremeña Denominación de Origen Ribera del Guadiana, aprobada en 1997 y ratificada definitivamente en 1999, es, por tanto, una marca de calidad «joven aunque sobradamente preparada», tal y como rezaba la famosa campaña de Renault de la misma época.

Ya en su nacimiento la DO supuso un revulsivo para ahondar en la transformación de un sistema productivo orientado tal vez en exceso hacia la productividad y el grado (en el segundo tercio del siglo XX, hacia los años 60 y 70 la producción vitivinícola de la región se destinaba en un 90% al granel -y la destilación de alcohol vínico para abastecer a la zona de Jerez, como prueban las grandes torres de las alcoholeras-), hacia otro que debe hacer de la calidad y el origen su bandera. Luego llegó una generación de bodegas que cristalizó esas expectativas en vinos que el consumidor reconocía como de calidad y con identidad.

La DO Ribera del Guadiana abarca una superficie inscrita de viñedo de 34.411 hectáreas que, en muchas ocasiones conviven con plantaciones de olivar. Estructura su zona de producción en seis subzonas repartidas por las provincias de Cáceres y Badajoz: Tierra de Barros, Matanegra, Ribera Alta, Ribera Baja, Cañamero y Montánchez. Todas ellas con notables diferencias en cuanto a suelos, orografía y microclimas, pero que comparten como nexo común la tradición y las variedades autóctonas. Y esa diversidad queda patente también en sus vinos, que están evolucionando a pasos agigantados en los últimos lustros.

Para comprobar esta variedad, basta con echar un ojo a algunos datos. Por ejemplo, Tierra de Barros, que es la subzona con mayor superficie de vid de la Ribera del Guadiana cuenta con una altitud media de 524 metros y un clima de corte prácticamente mediterráneo. No se denomina Tierra de Barros por casualidad, pues sus viñas enraízan en suelos arcillosos, que varían entre sí según la proporción de caliza que tengan.

Un poco más al sur encontramos la subzona de Matanegra, similar en cuanto a la composición del suelo, pero con mayor altitud (unos 650 metros sobre el nivel del mar), lo que se traduce en un clima más continental. Por su parte, la Ribera Alta despliega sus viñas sobre suelos con componentes más arenosos, aunque no abandona las arcillas, con una altitud media de 430 metros. La Ribera Baja del Guadiana es la de menor altitud media, apenas 300 metros, con suelos calizo-arenosos.

Mientras que, ya en la provincia de Cáceres y, por tanto en la parte más septentrional de la DO Ribera del Guadiana, hallamos los viñedos de Montánchez, con una altitud media de 640 metros sobre el mar y raíces que abrazan suelos más graníticos. El paisaje ya cambia en la subzona de Cañamero, con un relieve más montañoso y una altitud ya importante (850 metros de media), sobre suelos arenosos y pizarrosos y un clima más frío y continental y un régimen de precipitaciones algo más generoso que en las anteriores.

Todo un abanico de posibilidades vitivinícolas y sólo contando con los terroirs. Las uvas en la DO Ribera del Guadiana maduran completamente casi sin querer, gracias a climas, como hemos visto cálidos y con unas precipitaciones limitadas (unos 500 mm de lluvia al año de media). Las opciones se multiplican si sumamos un catálogo de variedades admitidas que incluye entre las blancas a Alarije, Borba, Cayetana Blanca, Cigüente, Pardina, Viura, Chardonnay, Chelva o Montúa, Eva o Beba de los Santos, Malvar, Moscatel de Alejandría, Moscatel de Grano Menudo, Parellada, Perruno, Sauvignon Blanc, Pedro Ximénez y Verdejo; y entre las tintas a Bobal, Cabernet Sauvignon, Graciano, Garnacha Tinta, Garnacha Tintorera, Jaén Tinto, Mazuelo, Merlot, Monastrell, Pinot Noir, Petit Verdot, Syrah y Tempranillo.

Por tanto, lo «natural» es que sus tintos, mayoritariamente de Tempranillo (aunque las alternativas son infinitas como hemos visto, tanto en expresión monovarietal como en coupage) sean de buena coloración, tánicos, ricos en alcohol y grado y aromáticos. Sabrosos. Condiciones que las mejores bodegas han interpretado muy bien en los últimos años y consiguen domar hacia vinos raciales y expresivos, con tipicidad y donde la frescura viene en forma de apuntes balsámicos y acidez gestionada muy bien en campo. Vinos que no tienen miedo a las crianzas, que soportan fantásticamente y que ofrecen vinos jóvenes directos y francos.

Por su parte, los blancos resultan medidamente aromáticos y con acidez moderada, tradicionalmente elaborados sin contacto con madera, pero con los que se están consiguiendo vinos muy interesantes con fermentaciones en barrica y trabajando las variedades autóctonas menos conocidas. Explorando posibilidades. Por no olvidar a los frescos y afrutados rosados, fundamentalmente a base de Tempranillo, Merlot o Syrah.

Una DO tal vez todavía en el camino de la definición, pero en el mejor camino posible.