Mientras los avances en biotecnología permiten el cultivo a gran escala de alimentos modificados genéticamente, aumenta la demanda de productos de cultivo ecológico y crece su superficie de cultivo. Y ocurre que cuando más profundo es el conocimiento en enología mayor es la calidad que alcanzan los vinos industriales, consiguiendo altas puntuaciones en las guías especializadas. Pero para conseguir vinos singulares hay elaboradores que vuelven la vista al pasado, se trata de innovar con métodos ancestrales.

La bodega La Niña de Cuenca fue fundada hace un par de años por los hermanos Lorenzo y Valentín López Orozco en su pueblo natal, Ledaña, en La Manchuela de Cuenca. Para ello contaban con el patrimonio familiar de sus viñedos, en propiedad desde hace más de cien años y una pequeña nave donde su madre, conocida como ´La Niña de Cuenca´, tuvo una explotación de cultivo de champiñones. Decididos a hacer vino con lo mejor de sus cepas viejas consultaron con Diego Morcillo, reputado enólogo valenciano de bodegas de ámbito nacional con quien habían establecido una relación de amistad. Pero éste puso dos condiciones tras ver los viñedos: Una, que practicasen una viticultura orientada a conseguir una producción de tan solo 1,5 kilos de uva por cepa. La otra, utilizar tinajas de barro cocido para la fermentación y crianza de los vinos. Esta última no les costó tanto de asimilar como la primera, ya que sobre ellos recayeron las miradas sorprendidas de los vecinos cuando les veían tirar tanta uva al suelo, incluso tuvieron que soportar algunos chascarrillos cuando iban a tomar café al bar del pueblo.

Aunque, a decir verdad, al entrar a la nave de la bodega llama la atención no encontrar depósito alguno de acero inoxidable, ni de hormigón, ni una barrica. Tan solo una decena de tinajas de forma ovoide de alrededor de 60 arrobas, el equivalente a 950 litros. Con una añada en el mercado han sorprendido con la gran calidad y personalidad conseguida. Y en lo que pudimos catar en rama, todavía sin embotellar, se podía apreciar aún mayor equilibrio y frutosidad. Y es que el barro cocido permite la microoxigenación sin aportar a los vinos taninos ni aromas y sabores exógenos, pero sin olvidar que lo importante está en el viñedo.

Elaboran dos tintos de Bobal, el Rubatos 2016, con diez meses en tinaja, intenso, frutal, equilibrado y sugerente. Y el Ildania 2016, el hermano mayor con dieciocho meses en tinaja, parte del cual se ha elaborado con racimos enteros como fermentación carbónica, con su raspón, que aporta taninos y estructura. Potente y concentrado, fruta negra y bayas ácidas, con balsámicos y evocación mineral, complejo, con gran frescura, amable tanino que se puede mascar, memorable. Y dejamos para el final el comentario de su Velvet&Stone Rosé Bobal 2016, criado durante seis meses en tinaja, impresionados por una combinación de color pálido, frutillos rojos, gran frescura, crece en la copa con la caricia sedosa de sus lías. Muy sugerente.