Las historias de barcos hundidos con las preciadas cargas que transportaban cautivan la imaginación de los que las leen o escuchan, con la sugestión que provocan los tesoros ocultos, la violencia terrible de un naufragio. En 2010 unos buceadores encontraron en el fondo del Báltico 168 botellas de Champagne, algunas de las cuales habían sido producidas por la Maison Veuve Clicquot entre 1839 y 1841, parte de la carga de un barco que naufragó a finales del siglo XIX en el archipiélago finlandés de Åland, donde permanecieron casi dos siglos. Con posterioridad, en una primera subasta un comprador anónimo llegó a pujar 54.000 € por dos de estas botellas. Una de ellas se colocó por 30.000 € y se convirtió en el Champagne más caro de la historia en venta pública. Más antiguas todavía son las dos botellas encontradas en la popa del pecio Deltebre I, que formaba parte de un convoy de transporte militar de la flota británica que intervino en la Guerra de la Independencia contra los franceses y encalló en 1813. Una de ellas apareció en el fondo del delta del Ebro, con su contenido intacto y, según los indicios y variables organolépticas, con alta probabilidad de que se trate de Fondillón, el venerable vino de Alicante, en cuyo puerto la nave se había pertrechado.

Para satisfacer la curiosidad de los más caprichosos, desde hace unos años se han realizado varias experiencias sumergiendo botellas de vino en diversos puntos de las costas españolas, pero también existen iniciativas de este tipo en Francia, Finlandia, Italia y Chile. El de Crusoe Treasure es un proyecto muy serio de bodega subacuática, situado en la bahía de la población vizcaína de Plentzia a 18 metros de profundidad. Iniciados los estudios del diseño en 2008 la infraestructura ha creado un arrecife artificial de 1.000 metros cuadrados con su propio ecosistema. Sirve también como laboratorio para el estudio de los efectos del cambio climático en la vida marina, donde colaboran el Departamento de Ciencias del Mar y Biología Aplicada de la Universidad de Alicante y la Universidad del País Vasco. El director técnico es el reputado enólogo Antonio Palacios, quien selecciona vinos con buena estructura y estabilidad microbiológica garantizada, ya que las botellas han de soportar el movimiento de las corrientes, las olas y las mareas que, nos aseguran, «pule mucho el vino, lo hace más amable, más dulce, goloso, más fácil de beber». Hace unas semanas probamos algunos de estos vinos procedentes de diferentes zonas vinícolas, ediciones limitadas de menos de 3.000 botellas. La gama Sea Soul permanece «atesorada», como ellos denominan, entre 4 y 6 meses sumergida en el Cantábrico, la Sea Passion hasta 9 meses y la Legend hasta los dos años. El Sea Passion Nº2 está hacho con Tinta Fina de Peñaranda de Duero. Catado en su versión ´duet´, el mismo vino con proceso de atesoramiento submarino y sin él, da la impresión de estar probando algo exclusivo, rescatado de las profundidades para disfrute de los sentidos.