Apenas hace unos días que dejamos atrás la penúltima ola de calor del verano, y fue entonces cuando decidí aprovechar una de las propiedades que hacen del vino un alimento único. Y es que cuando alcanza cotas de excelencia en su elaboración y se conjuga el saber hacer, con la «autenticidad», el vino es capaz de transmitir el mensaje del origen, comunicar el paisaje y el «alma» de las gentes que están en sus raíces. En esta ocasión, el viaje tuvo como destino la denominación de origen Lanzarote (que ampara la producción vinícola de la isla homónima).

Asomarse al paisaje vitivinícola de Lanzarote (alcanzó el estatus de Denominación de Origen a finales de 1993) es lo más parecido a hacerlo a un paisaje propio de la luna. Las prácticas culturales para hacer viable el cultivo de la vid, en lugares donde sería impensable que germinara cualquier otro cultivar, han de vencer los condicionantes de unas elevadas temperaturas, constantes a lo largo del año; precipitaciones prácticamente de nivel desértico; la influencia permanente de los vientos africanos y alisios; y unos de los valores de insolación más elevados del mapa del viñedo mundial.

A mediados del siglo XVIII, la erupción volcánica de lo que hoy en día es el Parque Nacional del Timanfaya, con más de 25 volcanes, hizo que la lava condicionara totalmente la actividad humana, fundamentalmente la agrícola. La tierra se cubrió de lo que los lanzaroteños conocen como el «picón», que no es otra cosa que las pequeñas piedras de origen volcánico y que, a la postre, son las responsables de «salvar» a las vides. Por debajo de ese picón se encuentran suelos volcánicos, basálticos y con estratos fósiles.

Una imagen que se queda grabada al ver el viñedo en Lanzarote es la de viñas en hoyos de picón, de hasta tres metros o más de profundidad, por otros tantos de diámetro, para conseguir que las vides (la más representativa tal vez sea la Malvasía Volcánica) enraícen en los fértiles suelos que oculta la grava volcánica. Auténticos cráteres lunares fruto del ingenio humano y un legado histórico que ha perdurado hasta hoy y que consiguen proteger a las plantas del intenso régimen eólico de la isla. En las zonas más extremas la separación entre las viñas es de hasta cuatro metros, lo que da una idea de la densidad de plantación, en una Denominación de Origen que cuenta con 1.849,10 hectáreas en producción, cultivadas por 1.797 viticultores (poco más de una hectárea por productor). Estos cráteres suelen contar con un murete de piedra ubicado dónde ataca el viento dominante, para mantener la formación del hoyo y aumentar la protección de la planta, fundamentalmente cuando su crecimiento vegetativo es mayor.

El picón, cuyo nombre científico es ´lapilli´, de característico color negro, imposibilita el crecimiento de otros cultivos, pero con esta práctica, elemento crucial del terroir de la DO Lanzarote, la vid se aprovecha de sus cualidades termorreguladoras y de conservación de la humedad. Así, el picón retiene en favor de la vid aunque la humedad del Atlántico que transportan los vientos alisios (aquí mucho menor que en el resto de las Islas Canarias) y los rocíos nocturnos, gracias a su estructura porosa. Algo fundamental para la supervivencia del viñedo conejero (como se conoce a los naturales de Lanzarote) en un clima eminentemente árido, con una pluviometría media anual que no supera los 150 mm.

La edad media de las cepas en la DO Lanzarote oscila entre los 30 y 50 años, con lo que el sistema radicular de las plantas es extenso y profundo. Además, la plaga de la filoxera que asoló la viticultura europea a finales del XIX no alcanzó a Canarias y, por tanto, en Lanzarote encontramos variedades prefiloxéricas, sin injertar en pie americano. En cuanto a las variedades blancas, las preferentes son Albillo, Gual, Malvasía Volcánica, Moscatel de Alejandría, Vijariego o Diego y Verdello; y las autorizadas Burrablanca, Breval, Listán Blanco, Pedro Ximénez y Torrontés. Mientras que en el viñedo tinto encontramos como preferentes el Listán Negro Almuñeco, Negramoll o Mulata, Malvasía Rosada y Tintilla; y están autorizadas también el Bastardo Negro o Baboso Negro, Cabernet Sauvignon, Merlot, Moscatel Negro, Pinot Noir, Ruby Cabernet, Syrah, Tempranillo y Vijariego Negro.

La mecanización de la vendimia es imposible en el paisaje vitivinícola de la isla. Una recogida que este año comenzó de manera oficial el pasado 2 de agosto, con el corte de los primeros racimos de Malvasía Volcánica, que viene a suponer de media el 70% de la producción de uva, responsable de vinos blancos naturalmente dulces cargados de aromas de fruta blanca, mieles, profundidad mineral y carácter salino que equilibran su perfil terpénico; pero también de vinos secos florales, cítricos, equilibrados y salinos. La segunda variedad en volumen es el Listán Negro, que nos regala tintos y rosados personalísimos y también dulces.

Unos vinos hijos de la lava y el viento, con los apellidos Timanfaya y Atlántico.