Las riquezas históricas de la región de Valdeorras han sido la minería y el cultivo de la vid. Unos suelos ricos en minerales sustentan ambas actividades en esta zona, la más «leonesa» de las denominaciones gallegas. La comarca valdeorresa está compuesta por nueve municipios: A Rúa, A Veiga, Carballeda, Larouco, O Barco, O Bolo, Petín, Rubiá y Vilamartin. La zona de producción amparada por la DO los incluye a todos, salvo A Veiga.

Hablamos de una Galicia «diferente» en lo vitivinícola, en primer lugar por el clima, más seco que en el resto de la comunidad autónoma, con unas precipitaciones medias que oscilan entre los 850 y los 1.000 mm anuales (frente a los más de 1.600 mm de media que se recogen en la Rías Baixas). Carece de contacto directo con la línea de costa y su clima se cataloga más como mediterráneo-oceánico que como atlántico puro, caracterizado por una temperatura media suave (11ºC de media anual). Si a todo esto le sumamos una altitud media de entre 300 y 700 metros sobre el nivel del mar obtendremos el «carnet de identidad» de estos vinos tan personales.

Su carácter lo perfilan, como en todas las grandes denominaciones de origen, los cursos fluviales y los suelos en los que las vides hunden sus raíces. Aquí, los primeros responden a los nombres de Sil (principal), Xares y Bibei, que la surcan bien encajonados. Mientras que los segundos son núcleo de la riqueza regional, con un amplio espectro de tipos, desde los estratos pizarrosos, poco profundos, pasando por los graníticos, más ricos en arena, hasta los que se asientan sobre sedimentos y terrazas, donde abundan los cantos rodados.

Y su alma se encuentra en dos variedades principales, la blanca Godello y la tinta Mencía (además de éstas, las variedades amparadas por DO Valdeorras son: para blancos Loureira, Treixadura, Dona Branca, Albariño, Torrontés, Lado y Palomino o Jerez; y para tintos Tempranillo, Brancellao, Merenzao, Sousón, Caíño Tinto, Espadeiro, Ferrón, Grao Negro, Garnacha Tintorera y Mouratón).

Completa eso que hemos convenido en llamar «terroir» el aporte humano, la tradición secular de la vitivinicultura en Valdeorras y unas prácticas culturales en las que los labriegos han domado las pendientes en forma de bancales para arrancar metros en los que la vid pueda crecer en un entorno óptimo.

Poca gente sabe que la DO Valdeorras es la segunda más antigua de Galicia; pues aunque fueron los romanos quienes introdujeron el cultivo de la vid en la comarca, su fama se expandió al paso de los peregrinos y las órdenes monásticas, vivió su culmen en el siglo XIX espoleada por el ferrocarril, sufrió con la filoxera, como veremos a continuación y vive un «segundo esplendor» en estos años. Como bien se empeña en defender el CRDO Valdeorras, la DO alcanzó tal calificación en 1945, pero no obtuvo su reglamento legal hasta el año 1957. Solo la supera la decana DO Ribeiro, que recibió el reconocimiento en el año 1932 aunque el primer reglamento inicial también data de 1957.

En 1882, la filoxera invadió los viñedos de Valdeorras, tras haber entrado, posiblemente, por Portugal. El insecto americano acabó con más de 1.000 hectáreas de vid en apenas unos años. Precisamente, un médico valdeorrés se encuentra entre los pioneros estudiosos que dieron solución a esta plaga. Se trata de José Núñez, médico sí, pero también cosechero de vino, que abogó por reinjertar las vitis vinífera europeas sobre los pies de vid americana (la planta americana no es atacada por el parásito). Amén de fundar los primeros viveros de vid americana en Galicia, salvó la vitivinicultura de Valdeorras.

Y, ¿cuál es el alma de la DO Valdeorras? Decíamos antes que sus variedades. Así, la Godello es capaz de ofrecer finos vinos blancos, con cierta estructura, en cuyos mejores exponentes (con o sin paso por madera) encontramos perfiles de fruta blanca y cítricos, con carácter floral y expresión mineral; mientras que la Mencía nos regala vinos sabrosos, elegantes y equilibrados, llenos de fruta roja y cítricos sutiles, flores azules y pimientas. No pueden perderse probar el vino tostado. Elaborado a partir de uvas pasificadas a cubierto durante al menos tres meses. Un vino naturalmente dulce (el alcohol y el azúcar residual que contiene vienen directamente de la uva) que es una delicia en forma de líquido sedoso, con aromas a pasas, mieles y frutos secos.

Cuando ustedes lean estas líneas, los viticultores habrán cortado ya los primeros racimos de la vendimia 2018. Habrá que ser un poco más pacientes para disfrutar de su mágica transformación en vino.