Desde que Marc Grin se hizo cargo de la dirección de Murviedro, fundada en 1927 por la familia Schenk, la bodega ha emprendido una trayectoria centrada en el origen del viñedo, en lugar de la uva, un cambio en la mentalidad de elaboración de vino. Este proceso se inició con la compra de una finca en la partida del Ardal, al que ha seguido la rehabilitación de la Casa de La Seda-Museo con bodega histórica y sus cuevas subterráneas, en el barrio antiguo de Requena, y la adquisición de la finca Casa Lo Alto. Murviedro adquirió en 2015 un viñedo viejo de Bobal en la partida El Ardal cuando sus cepas, plantadas en 1923, estuvieron a punto de ser arrancadas.

Desde ese momento, Juan José Muñoz, director técnico de la bodega, inició su recuperación con prácticas de viticultura ecológica y biodinámica porque, nos asegura convencido, «es el mejor camino para la Bobal». En este tiempo se ha regenerado la micro fauna, que ha vuelto a proliferar en la tierra y en sus 8 hectáreas solo se producen 16.000 kilos de uva. Pueden parecer cifras altas, pero realmente esta producción es muy corta, por eso los agricultores que trabajan por kilos arrancan las cepas viejas, justo cuando dan mejores uvas si el terreno es el adecuado para hacer buen vino. Por si no ha quedado claro, en esta zona lo habitual es producir 5.000 kilos por hectárea en secano, que darían 35.000 botellas. De esta misma superficie en otras latitudes con mayor pluviometría, como las de Francia o Italia, saldrían 80.000 botellas. Aquí no hace falta hacer selección de las mejores uvas, cada brazo de estas cepas viejas cultivadas en vaso apenas da un racimo, eso sí, sano y bien madurado, una media de 1,8 kilos por planta. De aquí salen las 12.000 botellas de La Casa de la Seda, un estilo de pequeño productor, de vino artesanal a la antigua usanza, vinos hechos con las manos. Un par de días antes de la vendimia hacen un pie de cuba en el mismo campo, para asegurar que son las levaduras autóctonas las protagonistas de la fermentación, entendiendo a éstas como un componente más de lo que configura el ´terroir´ del vino junto con la variedad de uva, el terreno, el clima y el componente cultural del factor humano.

Este Casa de la Seda 2016 que hoy comentamos está fermentado con levaduras salvajes en depósitos de acero inoxidable y acaba el proceso en fudre de roble francés, donde permaneció durante 6 meses. Pero parte de la añada del 2017 está ahora envejeciendo en tinaja de barro de 37 arrobas, otra parte en fudre de roble y el resto en huevo de hormigón. Todo ello en la vieja bodega de La Casa de la Seda, en La Villa, el casco antiguo de Requena, lugar donde también se producía el valioso hilo natural. El Casa de la Seda es de color púrpura, propio de la variedad Bobal. Domina su aroma varietal a frutas negras, a frutillos silvestres, con recuerdos a plantas aromáticas y violetas. En el paladar es de cuerpo medio, amable, un punto goloso, con presencia de fruta madura, equilibrado con la buena acidez varietal, sensación fresca y mineral. Un vino que inicia su propia ruta partiendo de su terruño.